“Las dictaduras fomentan la opresión, las dictaduras fomentan el servilismo, las dictaduras fomentan la crueldad; más abominable es el hecho de que fomenten la idiotez”.
Borges, 1946.
Lo dijo uno de los más grandes intelectuales latinoamericanos de todos los tiempos, el argentino Jorge Luis Borges, en plena dictadura de Juan Domingo Perón. Arquetipo del que han brotado todos los tiranos uniformados y populistas de nuestra región, comenzando por Fidel Castro. Y quien, en venganza por las acerbas críticas del bardo argentino y queriendo humillarlo, le quitó el cargo de director de la Biblioteca Nacional, en la que se sentía a sus anchas. Él, para quien el paraíso era una biblioteca. Y lo puso de inspector de aves en el mercado de abastos de Buenos Aires.
Nunca, ni en tiempos de Juan Vicente Gómez o del general Pérez Jiménez, Venezuela se había hundido en el lodo de la inmundicia, la corrupción, el latrocinio y la estupidez uniformada como lo ha hecho durante la dictadura castrocomunista que desde hace veinte años nos abruma. Que el tirano haya contado con la aclamación de todo un pueblo idiotizado, un rector asesino y otro rector violador de menores, típicos ejemplares del marxismo vernáculo, que el coronel felón hay sido elevado al poder en hombros de la Intelligentsia caribeña y tropical de la Venezuela estúpida, no hace más que subrayar las honduras de la infamia en que cayó Venezuela de la mano de sus fuerzas armadas. No por armadas, menos infames. Basta comparar al general Augusto Pinochet Ugarte con Vladimir Padrino López para obtener una medida de nuestra mediocridad, nuestra cobardía y nuestra infamia.
No se contenta con ser el ministro de defensa: desde un comienzo creyó que sería presidente de la república. Y lameculos profesional, sigue pretendiendo ocupar el sillón de Miraflores, que cree poder reservarse para sí impidiendo que lo ocupe quien quiera ser designado constitucional y democráticamente por el pueblo en elecciones libres, transparentes y controladas internacionalmente. Se lo tolera un interino que aún no comprende la magnitud de su cargo y la grandeza de la soberanía que debería imponer.