“Al funcionalismo sin contenido e incondicional de las mayorías cambiantes se le puede calificar de dinamismo, aun cuando la falta de estática y de sustancia no es propiamente por necesidad algo dinámico. Pero aunque este procedimiento neutral e indiferente en cuanto al contenido se lleve a sus últimas consecuencias, llegando al absurdo de una mayoría fijada simplemente por vía matemática y estadística, no obstante tiene que presuponerse siempre un principio de justicia material, si no se quiere ver desmoronarse en el mismo momento todo el sistema de la legalidad: tal principio es el de la igualdad de ‘oportunidades’ para alcanzar esa mayoría, abierta a todas las opiniones, a todas las tendencias y a todos los movimientos concebibles. Sin este principio, las matemáticas de las mayorías, con su indiferencia frente al contenido del resultado, no solo serían un juego grotesco y un insolente escarnio a toda justicia, sino que a causa del concepto de legalidad derivado de dichas matemáticas, estas alcanzarían también con el sistema mismo, desde el instante que se ganara la primera mayoría, pues esta primera mayoría se instituiría en seguida como poder permanente”.
Aunque según reza en la introducción, el ensayo del jurista alemán Carl Schmitt del que extraemos la cita, titulado Legalidad y Legitimidad fue publicado originalmente en Múnich y Leipzig por la editorial Duncker y Humblot en el verano de 1932, pocos meses antes del asalto al poder por parte de Adolf Hitler y el nacionalsocialismo, y pretendía ser una crítica a la llamada democracia de Weimar, atacándola en su esencia parlamentaria, lo cierto es que se vería dramáticamente refrendada en los hechos luego de que el nazismo, ya amo y señor del poder, arrasara en las elecciones de 1933 y los procesos electorales celebrados desde entonces y hasta el derrumbe del Tercer Reich en abril de 1945.
Para entonces y desde febrero de 1933 Hitler y sus hombres ya se habían posesionado del poder total, lo ejercían totalitariamente y siendo dueños del Estado cumplían a cabalidad con lo que su principal jurista, precisamente Carl Schmitt, anticipara críticamente: “La pretensión de legalidad convierte en ‘ilegalidad’ toda resistencia y toda revuelta contra la injusticia y la antijuridicidad. Si la mayoría puede fijar a su arbitrio la legalidad y la ilegalidad, también puede declarar ilegales a sus adversarios políticos internos, es decir, puede declararlos hors-la-loi, excluyéndolos así de la homogeneidad democrática del pueblo. Quien domine 51 % podría ilegalizar, de modo legal, al 49 % restante. Podría cerrar tras sí, de modo legal, la puerta de la legalidad por la que ha entrado y tratar como a un delincuente común al partido político contrario, que tal vez golpeaba con sus botas la puerta que se le tenía cerrada.”
Imposible una mejor descripción de lo que sucedería en Alemania después de febrero de 1933. Y en todos aquellos países, como Venezuela, en donde se ha instaurado un régimen pleno o parcialmente totalitario. Las elecciones las ordena, las dirige y las gana quien es su dueño material. La inmensa mayoría que constituye el resto ciudadano solo las respeta y obedece. Razón absolutamente indiscutible que me llevó a acuñar, ya en 2005, la frase con que definiera la circunstancia política venezolana y que hoy repito sin cambiarle una coma: “no se trata de tener elecciones para sacar a Chávez. Se trata de sacar a Chávez para tener elecciones”. Una verdad como un templo cuya lógica todos reconocen, pero nadie aplica. Tampoco en su momento nadie comenzó a pensar para reconocer la razón de la metafísica definición de Descartes “cogito, ergo sum”, pienso, luego existo. El pensar, como desde siempre, siguió relegado a las ínfimas minorías pensantes de la sociedad. El resto, como si no existiera. Salvo al momento de postrarse ante las urnas del supremo dios electoral.
Vuelven una vez más los usurpadores del Estado dizque venezolano, y esa masa indeterminada e indefinida de sus sigüises, aliados y cohabitantes a convocar a la misa electoral. Saben que, tal como descrito con irrebatibles argumentos por Carl Schmitt, su ejecución y resultados serán manejados a su antojo por la dictadura, que desde que conquistara el 51 % gracias a la irresponsabilidad, alcahuetería y tolerancia de una democracia corrupta y decadente han decidido lo que es legal e ilegal, legítimo e ilegítimo en Venezuela. Cuentan con el respaldo de las armas y la pecaminosa ignorancia de las mayorías.