Leo del gran historiador venezolano Ramón José Velásquez, Caudillos, historiadores y pueblos. Un espejo de nuestro mediato pasado en el que verse para comparar caudillos, historiadores y pueblos. Comparación, sea dicho de entrada, de la que la actual dirigencia —la palabra líder merece respeto— no sale precisamente bien parada. Ni los historiadores ni el pueblo.
Ni trajes importados ni camisas de popelina, ni corbatas de seda, ni cuentas en dólares en el exterior, sino lo que estaba hace un siglo al alcance de gente pobre, esforzada, de origen humilde. De una honestidad sin mácula que ponía la libertad por sobre toda otra espuria consideración. Líderes que no brotaban de la nada para asaltar el gobierno y poner a sus mujeres de guardianas del tesoro. Es el liderazgo que ante el chafarote que lo torturaba monta una farsa, como las que Shakespeare escenificaba para ridiculizar a la aristocracia imperial británica, como condición previa para la insurgencia, el levantamiento, el golpe de Estado. Que esos jóvenes veinteañeros no se andaban con chiquitas. Basta mencionar a sus máximos líderes: Jóvito Villalba y Rómulo Betancourt.
Si de su voluntad y esfuerzo hubiera dependido, Venezuela no hubiera necesitado transitar medio siglo para hacerse a la maravillosa aventura de construir una democracia. Todavía en 1957, casi treinta años después de los hechos de febrero del 28, Rómulo se arrepentía de haberle hecho caso a sus compañeros y no haber librado una lucha armada contra la tiranía. No era solo un tribuno, un intelectual, un hombre de letras. También, como todo gran estadista, era un hombre de armas.
Las diferencias en el comportamiento opositor son abismales. Cuenta Ramón Jota que estando encarcelados por el tirano y sometidos a toda clase de abusos y torturas “Mibeli (Elbano) y Villalba (Jóvito) logran comunicación con la calle e insinúan a las mujeres que envíen anónimos a los agentes diplomáticos. Allí deben relatarles los tormentos a que están siendo sometidos los presos y amenazarlos con atentados y violencias si no hacen suya la causa de los secuestrados. (Subrayados nuestros. ASG). Después de un día de pesadilla y de una noche de mal sueño, la mayoría de los señores diplomáticos decide interesarse por la suerte de los presos, en aras de la tranquilidad personal. La maniobra ha tenido éxito. La clausura del grupo termina y el prefecto Sayago visita una mañana el presidio, sonreído y cordial, preguntando a todos y cada uno qué necesitan y qué les hace falta”. ¿Imaginable una maniobra de esa naturaleza de los señores guaidosianos respecto de los embajadores del Grupo de Lima?
“En este año de1929, el Castillo Libertador semeja una mesa redonda de la oposición antigomecista. Allá trasladan a Elbano Mibelli y a Jóvito Villalba, como probables autores de la mala jugada con los diplomáticos. En el colonial fortín, doctores y generales de las más variadas tendencias y regiones purgan su pecado de no creer en las bondades del general Gómez. Ninguna provincia carece allí de representación y de leyenda… Gentes que participaron en las luchas políticas de la época de Guzmán Blanco y Crespo, se encuentran con hombres que por vez primera se asomaron a ese mundo endiablado en el Carnaval de 1928. Los que habían caído en la frontera del Táchira, las gentes de la invasión de Cumaná, los del asalto a los cuarteles de Caracas, los que amenazaron desde los campos de Lara y Portuguesa. El mejor sitio para entender y conocer a Venezuela y sus hombres es el patio del Castillo, y también el mejor texto de sociología venezolana”. La cárcel fue, en aquellos míticos tiempos de leyenda, la forja de las grandes voluntades libertarias del siglo XX y la exclusiva universidad formadora de cuadros de los padres de nuestra democracia. “Esos cuatro años de forzada permanencia en Puerto Cabello lo utiliza Villalba en la mejor forma posible. Podría decirse que allí logra su formación doctrinaria… Aprende además, Villalba, inglés, francés y alemán”[1].
No es tan solo la generación del 28: es la generación del Falke. Aquella que no ha cesado de pensar en la política y la guerra, armarse e irse al monte. Generaciones que asumen la guerra como la vía inevitable para destronar tiranos. Y si no practican el terrorismo, no dudan en recurrir a él, así solo sea con amenazas para imponer sus supremos objetivos. No existían el TIAR, el R2P ni el 187#11. Ni la OEA, la ONU y su Comisión de Derechos Humanos. Existían corazones valientes. Provoca recordar el viejo refrán, no por viejo menos sabio: “todo tiempo pasado fue mejor”.
[1] Velásquez J. V. (2013) Caudillos, historiadores y pueblo. Caracas, Venezuela. Fundación Bancaribe. Pp. 478 ss.