El pasado 25 de enero en Grecia se realizaron las elecciones parlamentarias en las que el partido Coalición de la Izquierda Radical (Syriza) ganó casi la mitad de los escaños (149 de 300). De esta manera, el líder del partido, Alexis Tsipras, un populista declarado, fue juramentado como primer ministro del país helénico. Sin lugar a dudas, su victoria marca una tendencia europea demasiado peligrosa, inclusive para nuestro continente americano, tan lejano de Europa.
Como es sabido, Grecia, al igual que otros países europeos principalmente de ascendencia latina (Portugal, España e Italia), ha atravesado una crisis económica y social permanente desde el año 2008. Precisamente en estos países han tomado una fuerza importante los movimientos de izquierda —neomarxista, para ser más exactos— con una perspectiva real de llegar al poder. Siempre con sus promesas populistas y fantasiosas. Y siempre con los recursos de los Estados que ya sabemos que son completamente fallidos, tanto en el sentido económico como el político: Venezuela y Rusia.
En España fue creado el movimiento Podemos, encabezado por unos profesores de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense, a la que podemos considerar como el reducto del neomarxismo español: Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero. Con las mismas consignas populistas, enfocadas en una masa deprimida y que cree estar en un callejón económico sin salida, han logrado un éxito impresionante. Las últimas encuestas electorales apuntan a una eventual victoria de este movimiento político basado en los juegos manipulativos con la miseria humana y falta de razonamiento.
Eso sí, el tiro le está saliendo por la culata a Podemos, a Iglesias y a varios de sus colaboradores. Hemos presenciado demasiados escándalos que relacionan a estos politiqueros new age con la corrupción, despilfarro del dinero público, cobros indebidos por los trabajos nunca hechos en las universidades estatales, compadrazgos y nepotismos. Pero quizás lo más aberrante es que ya sabemos de dónde provienen los fondos —“las donaciones”— con las que tanto Syriza en Grecia, como Podemos en España echan la casa por la ventana en sus campañas proselitistas: del chavismo. Venezuela con su pseudorrevolución bolivariana, ha logrado crear un Estado tan “próspero”, con una “economía tan sólida” que se ve obligado a exportar su “exitoso modelo” a otros países. Y cuanto más lejanos, mejor.
En fin, apartando la ironía y sarcasmo, es necesario pensar en cómo nos afectan los pseudorrevolucionarios europeos en América Latina. Ya con sus primeros delirios discursivos como primer ministro, Tsipras ha seguido con el populismo alógico: subir los salarios mínimos, readmitir a los funcionarios despedidos durante el plan de recorte del gasto público, subir el gasto público a niveles anteriores del 2008, crear un banco estatal que financie a los que no pueden pagar deudas, obligar los bancos privados a perdonar o congelar las deudas crediticias y un sinfín de memeces.
Y la más importante, quizás, es su propuesta de no repagar la deuda a los países de la Unión Europea (UE) que han estado manteniendo Grecia durante los últimos 7 años. Los principales proveedores de esta ayuda, Alemania e Italia, ya han amenazado a Grecia con su expulsión de la zona del euro y de la UE.
Sin embargo, y allí está el problema, no existe un mecanismo legal para expulsar a un estado de la UE. Esto podría significar que la inminente caída de la Grecia a mediano plazo agravará la crisis de toda la Unión Europea, uno de los principales socios comerciales de América Latina. La maquinaria burocrática europea, que desde su origen ha puesto las trabas para las empresas privadas en el viejo continente a través de impuestos, licencias, permisos y restricciones, tendrá que acudir a los empresarios para no caer en un abismo. Ya lo han hecho varias veces, subiendo los impuestos, imponiendo el salario mínimo, etc. Todo ello reducirá la capacidad de inversiones en otros países, tan necesarias para América Latina. Y, por supuesto, como consecuencia de la crisis, se reducirá la demanda de los productos que exportan los empresarios latinoamericanos a Europa.
Alemania, que ha sido como una especie de buey de tiro para los demás países de la UE, ya ha agotado su solidaridad. Los propios alemanes comienzan a darse cuenta de que a costa de su capacidad productiva y de sus impuestos mantienen y tendrán que seguir manteniendo los estragos del populismo europeo, cuyos cabecillas viven cómodamente con las millonadas de Maduro y de Putin. Pero los cuentos de hadas suelen terminar y la solidaridad y buena voluntad tienen sus límites.
Mientras los problemas europeos los deben resolver los propios europeos, los latinoamericanos debemos pensar en otras opciones que reduzcan o eliminen las nefastas consecuencias de las políticas populistas. Quizá, dentro de todo ello, lo positivo para nuestro continente sería que los europeos empezaran a entender que el tan apoyado por ellos desde lejos chavismo-madurismo, con sus sucursales en Ecuador, Bolivia, Argentina y Nicaragua, es mucho más peligroso y fatídico, ya no está tan lejos y resulta ser mucho más funesto y maloliente de lo que se le creía desde la otra orilla del Atlántico.