El nuevo año se inició como pocos en este siglo: muchas noticias desagradables en la primera semana. Dos eventos importantes son, quizás, los que más atención han llamado en el mundo entero.
Curiosamente, ambos están relacionados: el 5 de enero se reinició el juicio contra el general Efraín Ríos Montt y José Rodríguez Sánchez, acusados por el “genocidio” en Guatemala. El 7 de enero, en París, tres terroristas de Al-Qaeda atacaron la redacción del semanario de mofas Charlie Hebdo, antes desconocido para la mayor parte de la población mundial, y una tienda judía en las afueras de la capital francesa. En París perecieron 16 personas, entre los periodistas de la revista, policías y los rehenes de la tienda.
¿Qué tienen en común estos dos eventos? La respuesta es: “el terrorismo”. Todo el mundo se ha solidarizado con Francia. Los pocos personajes públicos que se han burlado de las víctimas de los actos terroristas en Francia, o han mostrado el apoyo a los asesinos, son penalmente perseguidos —aunque no en todo el mundo.
En realidad, no existe ninguna diferencia entre el terrorismo de los fanáticos yihaddistas en Europa, y el de los guerrilleros guatemaltecos o colombiano.
Vimos la multitudinaria marcha parisina contra el terrorismo, encabezada por varios líderes mundiales. Y dicho sea de paso, la marcha, al final, se convirtió en otro show mediático, al participar en ella los que hasta han sido considerados líderes del terrorismo mundial —como es el caso del presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas.
Independientemente de que el semanario atacado fuera un pasquín de dudosa calidad —apegado a lo que se podría llamarse “libertinaje de expresión”— nada puede justificar la masacre sucedida en sus instalaciones. Y la gente, independientemente de su ideología, religión y estatus político y social, no puede menos que condenar y reprobar la barbarie terrorista. O al menos así parece ser. Pero resulta que así no es.
El ejemplo de la doble moral de muchas personas, sobre todo, de muchos políticos, lo vemos en Guatemala en dos casos judiciales emblemáticos: uno, el juicio ya mencionado —por “genocidio” que nunca existió ni en teoría. Los exguerrilleros guatemaltecos, miembros de las organizaciones terroristas URNG, ORPA, FAR, CUC y otras, ahora vestidos de “defensores y defensoras de los derechos humanos”, y todos dueños de jugosos negocios de las ONG (mantenidas financieramente por los Gobiernos de Noruega, Unión Europea, Estados Unidos y Canadá), en su sed de venganza personal, han iniciado el nuevo terrorismo, esta vez mediático, amparándose en la Ley de Reconciliación Nacional,—que no prevé amnistía, precisamente, para los posibles casos de genocidio.
Sin embargo, hasta el cansancio se ha hablado de que lo sucedido en Guatemala en los años del Conflicto Armado no puede calificarse de genocidio. Además, la Ley de Reconciliación Nacional no prevé la amnistía por delitos de lesa humanidad (secuestro, asesinato y tortura), eventos por los que la mayoría de estos ahora “defensores de los DDHH” están demandados por sus víctimas, sin que hasta ahora se haya llevado a cabo ninguna de estas denuncias penales.
El segundo caso es la fase final del juicio por la quema de la Embajada de España en 1980, evento jurídico previsto para el próximo lunes 19 de enero. El único acusado es el exjefe de la Policía Nacional, Pedro García Arredondo; y sus acusadores son, ¡qué casualidad!, los mismos que quemaron vivas a 37 personas en aquel acto terrorista, el 31 de enero del 1980.
¿Dónde están la comunidad internacional, los activistas, periodistas y políticos que tanto han mostrado su apoyo a las víctimas del terrorismo en Francia? ¿Por qué, hasta ahora, no han condenado a los autores de aquella masacre en la embajada española y a los terroristas-guerrilleros que la ocuparon con armas y botellas con gasolina, y secuestraron a todas las personas que se encontraban allí, incluyendo a varios políticos renombrados que a traición fueron invitados por el embajador español? En realidad, no existe ninguna diferencia entre el terrorismo de los fanáticos yihaddistas en Europa, y el de los guerrilleros guatemaltecos o colombianos.