El cambio de milenio planteó a las oenegés el reto de acomodar su discurso a las nuevas necesidades de la sociedad o de crear nuevas necesidades, de manera artificial, para poder seguir manteniendo esa relación parasitaria-extorsiva con sus fuentes de financiación que, a pesar de tratarse de entidades no gubernamentales, terminaban siendo financiadas con el dinero que le quitan a todos los contribuyentes del mundo.
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El jesuita papa Francisco dijo que la ONU no sirve para nada, lo que probaría que a la ONU la mantienen con vida de manera artificial y, para seguir justificando el expolio permanente, aumentaron su alcance, integrando al sector productivo de la economía con iniciativas como la del Pacto Global, los Principios de Inversión Responsable (PRI), las Finanzas Sostenibles, las Bolsas de Valores Sostenibles y la Agenda 2030 con sus Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
Nadie confía en los políticos, en las oenegés o en el Estado y sus burócratas, por lo tanto, los dueños de la narrativa, tuvieron que recurrir a los empresarios para que difundieran sus dogmas en la sociedad porque, a ellos, sí les creen.
Las oenegés terminaron apropiándose, sin saberlo, de los elementos de las teorías de Fama, Kahneman, Markowitz, Sharpe y Thaler sobre la toma de decisiones de inversión y de administración de portafolios. Esas teorías tienen como elemento común la percepción de riesgo que utilizaron, sin saberlo, para desarrollar toda la narrativa de la sostenibilidad.
La percepción de riesgo genera expectativas para tomar decisiones. Si existe la confianza en que el entorno productivo y la operación de la compañía no cambiará de manera dramática, los inversionistas asignan valor a las empresas que hacen las cosas bien porque adoptan buenas prácticas corporativas que harán que su actividad perdure en el tiempo. Definición básica de sostenibilidad.
Los que formularon esas iniciativas, antes de ser instrumentalizados, plantearon las buenas prácticas corporativas y una protección a los inversionistas que la intervención del Estado y la híper regulación no le puede otorgar. Si la regulación fuera efectiva y eficiente, Colombia tendría el mejor Mercado de Capitales del mundo, pero está muy lejos de serlo.
Que las grandes empresas hagan las cosas bien, no necesita de un validador, son los consumidores los que premian y valoran las buenas prácticas, demandando los productos y servicios de las empresas que hacen las cosas bien, lo que genera una asignación, formación y fijación de precios de manera óptima y eficiente.
Sin embargo, esa sostenibilidad mal entendida, se ha convertido en el catalizador del fracaso de las empresas, atacando la eficiencia corporativa, dilapidando los recursos de las empresas y afectando de manera grave la reputación corporativa.
Empresas que no han entendido la sostenibilidad, resultaron financiando y promoviendo el asesinato de niños con menos de 9 meses de vida, la Teoría Crítica de la Raza, el activismo excluyente de los que no son transgénero, la guerra en contra de la gasolina y del carbón, la estafa del cambio climático, las cuotas raciales y el puntaje de crédito social, al momento de contratar a sus empleados.
Twitter es el ejemplo perfecto de cómo la sostenibilidad mal entendida puede significar la ruina corporativa. El nuevo dueño tuvo que despedir a la mayoría de empleados que, más que empleados, eran unos fundamentalistas comunistas que pretendían imponer su ideología, no sólo en lo político, sino en sus gustos y preferencias personales.
Esos empleados, contratados por razones no asociadas a su conocimiento, experiencia o productividad, eran escogidos si lograban demostrar sus tendencias fascistas de censura, discurso de odio y activismo político a favor del Partido Demócrata en Estados Unidos y a favor de todos los partidos fascistas del mundo que se escondían bajo el disfraz del nombre de la extrema izquierda. La misma quema de libros realizada por los militantes del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NAZI) pero en la era del Internet.
Los resultados corporativos no mejoran aunque en los mercados le asignen un mejor valor, que genera un descalce entre la vida corporativa y el valor real de la empresa y su capacidad para generar valor que termina por crear una gran estafa a los inversionistas que se puede interpretar, en algunos casos, como una gran operación de lavado de activos.
Los interrogantes sobre la verdadera actividad de las redes sociales y el origen real de sus ingresos, se multiplican con los despidos masivos en Facebook e Instagram (Meta). ¿Cómo pudo funcionar durante tanto tiempo una empresa a la que le sobraba más de la mitad de sus empleados? ¿Quién financiaba a esas empresas desde la sombra? ¿Cuál era el negocio del negocio de esas redes sociales?
Otra mala interpretación de la sostenibilidad es la firma del Acuerdo de Escazú, que fomenta una relación extorsiva de las comunidades con el sector productivo en nombre de los gases de efecto invernadero, los osos polares, la pintura en spray, la huella de carbono, la capa de ozono, el cambio climático, el invierno nuclear, la justicia climática, el apocalipsis climático y una larga lista de majaderías, terminaron por convertir a la actividad de explotación de los recursos naturales en una fuente, no sostenible, de recursos para los miembros de las comunidades, convertidos en extorsionistas de alto vuelo que obtienen dinero fácil y rápido sin necesidad de trabajar y producir.
Muchas empresas han desaparecido por haber entendido la sostenibilidad como obligar a sus empleados a montar en bicicleta, obligarlos a volverse veganos u organizar eventos tipo presentación en sociedad para que sus empleados digan que son miembros de la comunidad LGBTI; mientras desatendían los elementos esenciales de la sostenibilidad corporativa que, en la gran mayoría de los casos, es la gobernanza corporativa la que falla cuando una empresa desaparece.
El encargado de la sostenibilidad corporativa debe ser el más veterano, el más experto en la actividad corporativa porque solo los más conocedores son capaces de formular las políticas que aseguren la sostenibilidad. La sostenibilidad corporativa no la va a asegurar el pasante de maestría en cambio climático o el recién egresado de un curso de equidad de género, y menos, la exreina de belleza.
Los empresarios no pueden seguir siendo embaucados por todos esos culebreros de cuello verde que jamás han leído a Michael Shellenberger para lograr entender que el cambio climático es una gran estafa y para entender que los osos polares no tienen nada que ver con la sostenibilidad de una empresa.
Les queda poco tiempo (como dicen los fundamentalistas del clima para seguir esquilmando empresarios incautos), para redireccionar el rumbo de la sostenibilidad de sus empresas porque el consumidor, con su inmenso poder, tiene identificada, plenamente, a la verdadera sostenibilidad corporativa.