El senador Antonio Sanguino me mandó a leer la teoría económica de John Maynard Keynes en la mitad de un análisis del resultado de las elecciones del Congreso colombiano en marzo de 2022, en el programa de radio Voces RCN, por haber tenido la osadía de decir que, en el mundo, el debate político había dejado de ser elegir entre izquierda o derecha y que ahora, después de la pandemia, el debate era elegir entre perpetuar el vetusto y corrupto modelo político tradicional o acabarlo. Y que hoy, por eso, el sentido común era el que determinaba las preferencias electorales.
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A Daniel Kahneman le dieron un Premio Nobel en Economía por hablar de los sesgos cognitivos en la toma de decisiones en momentos de incertidumbre, la forma sofisticada para referirse al sentido común. El filósofo español José Carlos Ruiz Sánchez afirma que una de las cosas positivas que dejó el aislamiento obligatorio es que las personas volvieron a pensar y a reflexionar sobre lo que ocurre en su entorno, logrando que su forma de actuar volviera a basarse en el sentido común. Y en el medio de los comisionistas de bolsa decimos que, el análisis fundamental (sentido común), prima sobre el análisis técnico al momento de tomar decisiones de inversión.
Un burócrata profesional como el senador Sanguino ama a Keynes porque es el soporte teórico, perfecto, para justificar el gasto público desbordado e inútil, y la híper regulación de los mercados. Keynes planteó esa solución a la crisis económica que se inició con la caída estrepitosa de los precios de las acciones en la Bolsa de Nueva York en el año de 1929, tratando de crear una demanda de bienes y servicios a partir de los ingresos artificiales que le daba el Estado a las personas que entraron a su nómina para realizar labores inútiles.
El New Deal que promulgó Franklin Delano Roosevelt se basó en la Teoría de Keynes y sirvió para endilgarle al Estado funciones que no tenia, ni le correspondía, lo que afectó de manera grave el funcionamiento y la utilidad de los mercados para generar y distribuir la riqueza. Mercados que, desde ese entonces, dejaron de ser libres y eficientes por el alto nivel de intervencionismo estatal.
Ludwig von Mises de la Escuela Austriaca, cuestionó la supresión de las libertades económicas y el aumento de los impuestos, del endeudamiento público y de la emisión de moneda desaforada, que traía el New Deal, y lo comparó con las políticas comunistas totalitarias, de ese momento, vigentes en la Unión Soviética de Stalin, en la Alemania nazi de Hitler y en la Italia fascista de Mussolini. El comunismo disfrazado de New Deal.
El comunismo había sido cuestionado desde siempre porque era un fracaso, una estafa, una quimera. Hasta un ultramarxista como George Sorel propuso que, mejor, usaran la violencia de la “Acción Directa” porque, por las buenas, ninguna sociedad iba a ser tan imbécil de aceptar someterse y dejarse quitar todas las libertades y los bienes materiales, porque sí.
El robo sistemático a la sociedad civil por parte de la minoría que maneja el Estado era imposible de justificar con el cuento marxista de la “propiedad sobre los medios de producción” y de la “plusvalía” por lo que se planteó que el Estado podía despojar a todos de sus bienes y podía inmiscuirse e intervenir en la actividad privada si era percibido como un Mesías que iba a solucionar todos los problemas creados por la narrativa del mismo Estado.
Se justifica el saqueo estatal creando al interior de la sociedad conflictos y necesidades intangibles e inexistentes a las que, el Estado, ofrece soluciones, también, intangibles e inexistentes. Nada que implique hacer algo real, una obra física o un trabajo tangible que se pueda medir o cuantificar para que no exista trazabilidad sobre el destino real de los recursos públicos.
La única medición que se hace es etérea e imposible de comprobar por los que están siendo timados, como la “huella de carbono” o los “impactos sociales”. El otro sí que amplía el alcance del Pacto Social original de Jean-Jacques Rousseau, el nuevo Pacto Social del que tanto hablan Juan Manuel Santos y Claudia Nayibe López.
El sentido común de los accionistas de Ecopetrol hizo que salieran a vender en masa sus acciones, lo que provocó una caída en el precio de la acción. Los inversionistas no quieren seguir manteniendo en sus portafolios de inversión, las acciones de una empresa que pertenece a una industria que Gustavo Petro prometió exterminar por “lo del clima”.
La fuga de capitales en Colombia se duplicó durante los primeros meses del año 2022 frente a la ocurrida en el año inmediatamente anterior, por culpa del sentido común. Temen que un gobierno de corte totalitario, congele los recursos que mantengan en las instituciones financieras y que una crisis de confianza causada por el deterioro de los indicadores macroeconómicos y cambios estructurales en las reglas de juego del sector real de la economía, sean la causa de corridas bancarias que desemboquen en una crisis financiera. Es impresionante el aumento de las cuentas bancarias abiertas por los empresarios colombianos en Estados Unidos.
El costo financiero de Colombia sube en los mercados mundiales de deuda pública porque la percepción de riesgo que tienen los inversionistas aumenta. Por sentido común, que el recién nombrado por Gustavo Petro como ministro de Hacienda, José Antonio Ocampo, haya sido, también, el ministro de Hacienda de Ernesto Samper Pizano y venga de ser un burócrata de alta gama en una oenegé decadente como la ONU, crea enormes cuestionamientos sobre el futuro económico de Colombia. Más aún, si tenemos en cuenta que durante el gobierno de Ernesto Samper Pizano la economía colombiana tuvo uno de los peores comportamientos en la historia.
Si a lo anterior le sumamos que el equipo de gobierno de Gustavo Petro está integrado, en gran parte, por los mismos funcionarios que integraron el gobierno de Juan Manuel Santos, gobierno percibido como el más corrupto en la historia republicana de Colombia, por sentido común, el futuro económico de Colombia es bastante incierto y se están mezclando todos los elementos necesarios para una debacle económica y financiera.
Patética la labor de algunos que fungen de analistas económicos, que no les importa perder su prestigio, tratando de calmar a los mercados asegurando, ante los grandes tomadores de decisiones de inversión del mundo, que Gustavo Petro no va a hacer nada de lo que dijo que iba a hacer durante su campaña presidencial. Hacer ese tipo de afirmaciones, logra que la incertidumbre aumente y destruya cualquier iniciativa futura de inversión. Y cuando vean que la encargada de atraer la inversión a Colombia es Ángela Benedetti, una socialite que sabe de todo menos de atraer inversión, el panorama no puede ser más desalentador.
El tiempo me dio la razón. El debate político no fue entre izquierda y derecha. El resultado de las elecciones ha sido la fusión de la codicia, de la voracidad de los que integran la clase política tradicional, decadente y corrupta. Una minoría que perdió el pudor ante sus electores, mostrándose como lo que son, amorales, sin principios, sin valores, sin ética, sin ideología. Salieron de las sombras, se quitaron la máscara y van por todo. Supondría, entonces, por sentido común, que los colombianos no escogieron en las urnas a ese modelo basado en el expolio y que el resultado fue otro.
El gobierno de Gustavo Petro, sin duda, cataliza la debacle de la clase política tradicional colombiana. Y determina la aparición de nuevos liderazgos que serán los encargados de restaurar las instituciones y reconstruir la economía de la Colombia post Petro. Políticos que no participaron en la repartija petrista del erario público como María Fernanda Cabal, Sofía Gaviria, Enrique Gómez, Rafael Nieto o Gabriel Vallejo. Libertarios como Carlos Augusto Chacón o Daniel Raisbeck. Empresarios como José Miguel Santamaría o Felipe Samper Gutiérrez. Periodistas como Lina Peña, Steph Bates o Gustavo Rugeles. Y jóvenes como Carol Borda, Lucas Duran, Santiago Giraldo, Jair Peña o Samuel Ortiz, entre muchos otros, por sentido común, jugarán un papel importante en la nueva Colombia que vendrá después de Gustavo Petro.