El Gobierno pretende tramitar una reforma a la política en Colombia. El Ministro del Interior ha propuesto implementar el voto obligatorio en el país. Esta propuesta, lejos de acabar con la indiferencia y falta de legitimidad de los políticos, beneficia a los más corruptos, y es un acto de egocentrismo por obligarnos a interesarnos en lo que ellos hacen. Sin mencionar los costos administrativos para identificar a quienes no voten y reformar los mecanismos de inscripción de cédulas.
El voto obligatorio podría aumentar la compra de votos. Ir a votar es una decisión de costo-beneficio. Implica decidir entre quedarse en casa o desplazarse hasta el sitio de votación, que incluye costo de traslado y tiempo invertido. Si hay sanciones por no votar, más gente se desplazaría al centro de votación, pero también serían más proclives a vender su voto para cubrir los costos en los que incurrieron.
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Imagine por un instante a una persona de bajos recursos que vive en una zona apartada del centro de votación. Este tipo de personas, al enfrentarse a un costo por no votar, serían propensas a montarse en el bus del político de turno y recibir un refrigerio a cambio del voto. Como más personas estarían dispuestas a hacer lo mismo, el costo de comprar un voto sería menor, pues hay más oferta en el mercado; además, la existencia de sanciones por no votar.
El voto obligatorio es un acto de egocentrismo. Los políticos no logran conectarse con la mayoría de la población, y los frecuentes escándalos hacen que la mayoría de personas pierdan el interés. Como acción desesperada por legitimarse, quieren obligarnos a asistir a las urnas para decir que fueron elegidos por la mayoría de colombianos.
Hay otras maneras menos restrictivas de la libertad para aumentar la participación, como aumentar la transparencia, mejorar la comunicación e implementar otras maneras de ejercer el derecho, y no deber, al voto, como votar por correo electrónico o postal y hacer las jornadas de votación más largas.
Además, la abstención es un mecanismo de protesta. Es la manera como el pueblo exige un cambio institucional. El voto en blanco es un castigo a los políticos, pero la abstención significa la falta de solidez del sistema y la necesidad de cambio. Obligar a votar atenta contra el artículo dos de los derechos humanos: la libertad de opinión política, pues es una camisa de fuerza que obliga a participar de un sistema en el que no todos creen, aclaro que este no es mi caso. Adicionalmente, el voto obligatorio atenta contra la libertad de culto, pues algunos creyentes de grupos religiosos, como los testigos de Jehová y cristadelfianos no creen en la participación política.
No a todos nos interesan las mismas cosas, lo que podría pasar con el voto compulsorio es un aumento significativo de votos nulos, colmados de dibujos de bigotes, entre otras genialidades. Además, varios países cuentan con voto obligatorio, y la percepción de los colombianos sobre la política no dista mucho de la que tienen otros países de Latinoamérica.
En Brasil, por ejemplo, el expresidente de la cámara de diputados está preso por corrupción, en un escándalo en el que estuvieron involucrados más de 50 políticos con altos cargos en Brasil y Argentina. En Ecuador hay graves acusaciones por persecución de opositores que le resta transparencia a los procesos electorales. Además, en el 2014 hubo un escándalo de fraude electoral en el que al parecer fueron suplantados más de 300.000 votantes. Por último, los escándalos de corrupción en Argentina son el pan de cada día, hay graves acusaciones en contra de la expresidente Kirchner y el actual mandatario, Mauricio Macri. El voto obligatorio no ha sido la solución a la corrupción en países vecinos que son comparables con Colombia.
Por último, los mayores beneficiados con el voto obligatorio son los políticos y no la gente. En Colombia existe un mecanismo de reposición de votos, que le devuelve una suma de dinero a los candidatos con base en el número de votos obtenidos. Si más gente vota, quiere decir que los colombianos tendremos que pagarles más dinero a nuestros políticos después de las elecciones, dinero que, a su vez, puede ser usado para comprar conciencias en épocas electorales.