El caso Catrillanca ha revelado la condición de crispación en Chile en torno al tema indígena. Más allá de que su muerte haya ocurrido en circunstancias sospechosas, que los carabineros a cargo hayan destruido material de evidencia, que la izquierda actuara como verdadera ave de carroña alrededor de esta muerte, los efectos de violencia que se desataron por este incidente nos muestra un Chile peligrosamente encaminado hacia una cultura de la violencia.
Podemos hablar de cultura cuando ciertos comportamientos son casi que un acto reflejo, por eso durante el gobierno de Bachelet, podíamos hablar de la cultura de los bonos, porque por cada cosa que pasaba, cada tragedia, cada dificultad que enfrentaba alguna zona del país o grupo en particular, lo primero que hacía la mandataria, de forma ya demasiado natural, era generar un bono, como si la vida nos debiera dinero por cada vicisitud que enfrentamos.
En esos términos sencillos y distintivos y para efectos de este comentario es como entenderemos cultura, como ese comportamiento naturalizado que se adopta o con el que es formado que termina siendo responsable por la tendencia de nuestras acciones.
La muerte de Camilo Catrillanca por ser la muerte de una persona ya es lamentable, por sobre el hecho de que el personaje tuviera un prontuario. Su muerte en todo caso, con toda la evidencia disponible, está lejos de ser un crimen de Estado, considerando que carabineros no ha recibido orden de matar y que frente a cualquier situación sospechosa, este gobierno de Sebastián Piñera, en rostro de sus ministros, ha sido el primero en señalarlo y transparentar todo para que se haga justicia en todos los casos.
El hecho de que Catrillanca haya encontrado la muerte de manera tan trágica y que aún sus detalles deben ser esclarecidos, no es razón para abrirse a la impunidad. En Chile NO HAY GENOCIDIO. No existe una eliminación sistemática de un grupo étnico y las muertes de mapuches en la Zona de la Araucanía, tienen como origen el actuar terrorista de grupos violentistas que se sienten traicionados por otros mapuches que solo quieren trabajar, progresar en paz y vivir en armonía con el pueblo de Chile.
No hemos visto protestas por las muertes de aquellos mapuches y chilenos asesinados por la CAM y la lista no es corta.
Lo revelador de todo este caso, es la predisposición a la violencia por parte de una sección de la población de distintos orígenes que es más que preocupante. La cantidad de barricadas, incendios a modo de represalia en la zona, que cobraron estructuras útiles como hospitales, iglesias y escuelas, además de casas de otros mapuches que los violentistas llaman “colaboracionistas” además de la violencia citadina en la que grupos violentos se desataron en manifestaciones destruyendo mobiliario público, destrozando calles, bicicletas, incendiando buses y enfrentándose violentamente a la policía que buscaba disuadirlos, es una señal más que preocupante de que se ha confundido en Chile la libertad de expresión con violencia y que se ha envalentonado la misma por falta de sanciones ejemplares.
El punto para los psicópatas que aman la violencia es en realidad, celebrar la muerte de Catrillanca porque les da una excusa para destruir. Estaban como fieras atadas a las circunstancias y se les abrió un espacio para desatar su problema mental destruyendo todo a su paso como verdaderos animales descerebrados.
Parece haber un miedo en la autoridad de ejercer ese mandato de velar por la seguridad nacional, pues sin importar el destrozo monumental y millonario que haga un individuo, pareciera que el hecho de destrozar con causa de protesta los hace intocables porque se estaba “expresando”.
¿Acaso no promueve el delito, la violencia y la cultura de la destrucción una justicia hiperlaxa? Cuando un niño no es corregido y repetidas veces comete un acto repudiable, como por ejemplo golpear un animal y someterlo a tortura, con la excusa de que solo es un niño y se está expresando, sin la sanción correspondiente de un padre o una madre responsable que le ayude a distinguir entre el bien y el mal, ese niño escalará en su violencia hacia otros, hacia lo material también y se volverá, en el mejor de los casos, en un ser de mal convivir a menos que se le intervenga oportunamente.
La cultura del “nos querellaremos contra quienes resulten responsables” sabiendo que nunca nadie resulta responsable de los destrozos a la propiedad pública y privada y que en Chile cada día más sale gratis ser violento, no hace más que envalentonar y promover esta cultura sobre todo en personas con serios problemas de sociopatía, porque no se puede explicar de otra manera, que utilizan todas estas pseudo causas para desatar su locura y destruir lo que tengan a su paso.
Mucho nos asombramos de los nazi y como se impusieron a una sociedad convirtiéndola en sociópata. Las SA, ese grupito de matones desatados guiados por Enrst Rohm, que intimidaba cual policía del pensamiento con una violencia proverbial, no tiene mucha diferencia con los violentistas de Chile que aprovechan cada oportunidad para destruir, colapsar en intimidar. No son mayoría, pero se los trata como tal con una suavidad que solo les confirma que ellos van por buen camino instalando cada día más, su cultura de la violencia.
La muerte de un comunero mapuche, no puede dejar paralizada a la autoridad frente a la violencia de personas verdaderamente inocentes y que quedan expuestas a un abandono total frente a una autoridad acobardada por lo políticamente correcto. Una cosa no quita la otra, la muerte de Catrillanca se ha di investigar y esclarecer, impartiendo las sanciones que sean necesarias para dejar en claro que no existe violencia de Estado, pero mano dura contra la los que aprovechan cualquier excusa para destruir el desarrollo de Chile. La verdadera libertad solo puede ser vivida en condiciones de seguridad. No le de miedo al gobierno, protegerla y tener los pantalones para asumir las críticas por defender a la ciudadanía primero.