Chile ha tenido desde hace muchos años, atesorado el concepto de Televisión Pública. Sí, esa señal financiada por el Estado para llevar información, cultura y entretenimiento a los ciudadanos de cada rincón del país incluso a aquellas zonas donde no llegaba ninguna otra señal, donde las antenas parecían desvanecer su poder repetidor y no había otras opciones, ahí estuvo Televisión Nacional de Chile, el canal de “todos los chilenos”.
Esos años románticos parecen haber quedado irremediablemente atrás. La programación fue cambiando, el interés de las personas se fue ajustando y ya no bastaba con tener producciones de alto nivel en el área dramática, pues si estas están cargadas de adoctrinamiento progresista, se notaba demasiado y la gente ya empezaba a preferir otro canal o sencillamente migraban hacia el cable.
Tampoco se pudo hacer demasiado con el formato de “matinales”, esos programas que duran toda la mañana hablando de todo y nada, pues claramente dependen de sus conductores y estos también dejaron de ser objetivos, nada parecido a como se hacía antaño cuando llevaban información no solo de interés para las personas sino que con un lenguaje apropiado, imitable, e imparcial.
La programación de discusión política tampoco fue una estrategia con buenos resultados. Si bien muchos se dieron tiempo de comentar las discusiones propiciadas en programas como Estado Nacional, donde se discutía la realidad política, económica y social del país, la falta de objetividad de los moderadores llegó a ser demasiado evidente y eso inevitablemente genera desconfianza en las personas. Es que desde ya hace muchos que la TV pública ha dejado de ser pluralista, culta, informativa e imparcial y se ha convertido en un cuartel del progresismo.
El drama que hoy sufre Televisión Nacional no solo se remite a la mala calidad de su contenido y la falta de objetividad de la información que distribuye, porque lamentablemente, casi todas las estaciones de TV han cedido en algún porcentaje en esos puntos.
Ya el sesgo no es sancionado sino celebrado e incluso motivado. Esto hace que a la hora de informar, estemos como televidentes a merced de las opiniones de los editores y comunicadores y no necesariamente expuestos a los hechos y datos duros, lo cual dificulta la interpretación de la realidad, pero al menos las otras estaciones de televisión son privadas y pueden darse el lujo si quieren de ser sesgados, pues son los recursos de sus dueños, de sus editores, de su personal y de ellos pueden disponer a voluntad, pero cuando se trata de recursos públicos, ya no existe tal libertad.
Más allá del contenido, el gran drama de Televisión Nacional de Chile (TVN) es el mismo de casi cualquier empresa estatal y digo casi, porque siempre hay excepciones, pero TVN no es una de ellas. El gran mal de la administración del Estado es que es siempre una compra de tercer orden, que se hace con dinero ajeno para que otros, no el Estado sea el principal consumidor de esa información, peor aún cuando es el Estado el supuesto creador de contenido, pues deja a los televidente a merced del gobierno de turno o del sector político que tenga capturado el canal. En el caso de TVN el sesgo hacia la izquierda es demasiado evidente.
Entonces, los recursos de todos los chilenos, están siendo utilizados para nutrir una agenda ideológica no pluralista, con informaciones sesgadas, con contenido de mala calidad, con programación mediocre, despilfarros inconcebibles y cero responsabilidades.
Los números hablan solos y no son favorables. En medio de una ola de despidos, los sindicatos del canal acusaron al Estado de ser responsable de la crisis por “dilatar en forma inexplicable” la entrega de los recursos. Sin embargo, la Dipres aprobó USD $22,3 millones, dinero que corresponde a inversiones e implementación de la TV digital. La otra parte de la capitalización, USD $25 millones, no fue entregada ya que la normativa exige que los recursos de la capitalización sean destinados exclusivamente para proyectos de inversión y el plan presentado era para gastos, como el pago de indemnización y despidos.
Hasta el momento TVN ha recibido salvavidas estatales gigantescos, hablamos de miles de millones de dólares utilizados en redundar y mantener una estructura que se caracteriza por asignar sueldos millonarios que bordean los USD $40.000 mensuales, sin resultados de rating esperados y sin sanciones por baja productividad.
La solución que TVN presenta es recurrir una y mil veces al rescate estatal para financiar un aparente pozo sin fondo de pérdidas y si eso no parece ser suficiente, para dar una impresión de austeridad, se recurre al despido masivo de personas con sueldos infinitamente inferiores a aquellos de gerencia y rostros que son culpables directos del fracaso de la estación.
Las finanzas de TVN hacen que los ciudadanos nos preguntemos si es necesaria una televisión pública que hoy por hoy está ideologizada y que nos cuesta miles de millones.
Hay tantas urgencias, tantos proyectos mucho más importantes que TVN, tal como mejorar la situación de los niños del SENAME, incluso mejorar el pilar solidario de pensiones con lo que hoy se despilfarra en TVN. Es que la verdadera televisión pública ya no se trata de que el Estado tenga un canal accesible a todos, pues la señal abierta llega hoy a cada hogar en todos los rincones del país con variedad de contenido. Cada vez los canales de televisión deben diversificar su contenido para retener rating y con cada innovación TVN queda desplazado.
No, lo correcto es vender el canal, o dejarlo quebrar (venderlo es más rentable) reutilizar los recursos donde sean necesarios y pensar estratégicamente y no románticamente. El Estado ya no puede seguir financiando una fábrica de hacer desaparecer recursos siendo que además no representa la pluralidad del país. La responsabilidad fiscal implica priorizar y aunque Piñera no quiera ser ese presidente que cerró TVN, las urgencias del país agradecerán que haya tenido la fortaleza de hacerlo y tomar esa decisión que de verdad significaría cuidar el dinero de todos.