El primer mes de gobierno de Sebastián Piñera, ha sido por lo menos, vertiginoso en materia legislativa. Se han formado comisiones para poder enfrentar los problemas de seguridad que afectan a la población y para remediar la situación del SENAME poniendo a los niños en la prioridad. En salud se han tomado medidas para que los hospitales reduzcan las listas de espera dejándolos operativos 24/7 y las diferencias se notan ya que centenares de personas ya han sido intervenidas sin más dilación.
Una nueva normativa migratoria está a punto de ser implementada a fin de regularizar la situación de los migrantes y tener una política seria al respecto que permita planear las políticas públicas contemplando a todos los que habitan el territorio nacional. Sin embargo, existe un proceso que genera división dentro y fuera de la coalición gobernante.
La ley de identidad de género, quizás está teniendo demasiado impacto mediático cuando en realidad debiera ser un asunto expedito ya que se legislaría sobre la realidad de una minoría por lo tanto y como muchos dicen, no es un tema que cambiaría la vida de los chilenos.
En una reciente entrevista el presidente Piñera admitió que en su coalición hay diferencias de opinión frente al tema y que incluso muchos en la derecha lo cuestionaron por abordar el tema cuando no estaba en el programa de gobierno, a lo que él responde que si bien no estaba entre sus propuestas, el tema estaba ya en la palestra y como dirigente de un país debe resolverlo aunque sea incómodo de hacer.
Lo cual tiene bastante sentido dado que para eso se le eligió como presidente, no solo para poner en marcha la recuperación económica sino para hacer frente a los asuntos que aunque no sean populares de discutir, deban ser tomados en cuenta. Ahora, la pregunta que muchos le hacen al presidente es ¿para qué legislar si no es un tema país sino que solo le incumbe a una minoría?
La forma en que el presidente Piñera parece estar asumiendo la respuesta a esa pregunta es mucho más que madura considerando su trasfondo político. Se le acusará desde la derecha de formar parte de una conspiración del lobby LGBT para corromper la sociedad y destruir a la familia como núcleo de ella, pues nada puede ser considerado más antinatural que una persona queriendo cambiar de sexo.
Desde la izquierda dirán que ninguna medida es lo suficientemente buena si no implica que los niños no necesiten asesoramiento alguno para decidir su identidad, y por lo tanto cualquier legislación que no contemple aquello es fascista. La posición en la que el presidente ha sido puesto no es cómoda y solo un líder podrá asumirla y utilizarla para fortalecer la sociedad y no destrozar los frágiles hilos de la gobernabilidad por causa de este tema.
Uno de los puntos centrales de todo este asunto, no es solo la complicación presidencial que lo pone en entredicho con personas de su sector que creen que sería la decadencia absoluta permitirle a una persona la libertad para decidir su propio destino, sino que realmente la población vea en la libertad un peligro.
La identidad de género implica que una persona, habiendo nacido con un sexo biológico, mentalmente se identifique con el opuesto. Esto es considerado por muchos como una nefasta moda que va alterando el orden natural de todo lo que conocen y lo mezclan con temas como el aborto, la pedofilia y el libertinaje.
Otros más prudentes, han decidido al menos informarse al respecto para hacerse de una opinión y muchas veces mantienen su distancia con la posibilidad de que el género sea un asunto de libre elección. Siempre están aquellos que temen que al ser considerado un derecho el ser identificado como la persona desee, desencadene una ola de exigencias puesto que un derecho guía a otro y es posible que el estado se vea obligado a costear las cirugías de reasignación cuando los recursos escasean.
Por su puesto, están los que creen que las personas tienen el derecho de decidir por sí mismas y mientras no lo impongan a nadie más, son libres de obrar como les parezca y de aquellos se desprenden los que apoyan que los menores de edad tengan elección en este tema y los que creen que solo es un derecho reservado para los mayores de edad.
Muchas posiciones al respecto, pero quizás la mayoría de los discursos carece de un elemento importante, que es la libertad individual protegida por la constitución y que permite que el ser humano se desenvuelva en toda su complejidad sin coerción. El principio de no agresión no se ve afectado de ninguna manera al legislar sobre la identidad de género. En nada daña a terceros que un individuo se identifique de una u otra manera y en aras de la convivencia pacífica pedir que esa decisión sea respetada por los registros civiles.
Demás están los debates médicos cuando este es un asunto sobre la libertad y no sobre lo que un médico u otro piensen sobre un individuo diferente a sí mismos.
Ahora bien, cuando se trata de niños, se entiende que estos estén bajo el cuidado y la orientación de sus padres quienes tienen derecho por sobre el estado a resolver las situaciones como mejor les parezca. Tal como lo dice el parlamentario Matías Walker, que así como la iglesia es tan vehemente para pedir respeto por las decisiones de cada familia respecto de la educación que quieren entregar a sus hijos, es válido para la discusión establecer ese mismo derecho para que las familias resuelvan bajo sus esquemas los asuntos que le conciernen.
Los seres humanos somos complejos, no somos simplemente animales reducibles a una descripción enciclopédica, por lo tanto, la única solución razonable es que la libertad sea protegida de la religión, de la política, de los extremos y de la ignorancia.
Por último, y respondiendo la pregunta de por qué legislar, cabe decir que el hecho de que un tema no afecte a una mayoría, no lo hace menos humano ni menos urgente para quienes viven esa realidad. La excusa de que este no es un asunto que ocupa la agenda de los chilenos y que se eligió este gobierno para reactivar la economía y ordenar las instituciones para mejorar la seguridad, el empleo, la salud y la educación, no quita que se avance en otros temas.
Ahí está el arte de gobernar, que no solo es proteger la convivencia pacífica de la sociedad mientras se toman decisiones de estrategia país, sino que también es saber hacer lo uno sin dejar de hacer lo otro.