Mucho se ha hablado sobre el supuesto “legado” que deja Michelle Bachelet después de sus periodos como mandataria. Hay diversas opiniones sobre lo que el Gobierno de Bachelet le hereda a Chile, pues las materias a analizar son muchas y cada una de ellas se extiende por sí sola lo suficiente como para escribir un libro, pero debe haber alguna manera de resumir, explicar y entender este asunto del “legado”.
Primero que todo, se entiende un legado como algo valioso, una herencia que por su misma naturaleza se hace digna de ser cuidada y preservada. En este sentido, sería oportuno analizar las luces y sombras del Gobierno actual cuya real evaluación ciudadana se medirá en las urnas el 19 de noviembre.
Ningún gobierno, ni de izquierda, centro o derecha es absolutamente malo o bueno, de hecho, dicha calificación llega a ser completamente subjetiva dependiendo de los valores con que se haga el análisis, pero asumiendo que a quienes nos convoca la libertad tenemos a esta por principio supremo, el análisis se hará a la luz de su significado.
La libertad implica algunos pilares esenciales, tales como el respeto por la vida y por el proyecto de vida ajeno, aunque este no se parezca al propio ni tenga coincidencias “valóricas” con la visión personal. También implica libertad de expresión, respeto por la propiedad privada o llámenlo la posibilidad de conservar el fruto del esfuerzo propio y si sumamos todo a la condición de una ley suprema que nos permita desenvolvernos libremente en sociedad en un marco de deber y respeto, hablamos del Estado de derecho.
Si la libertad es la medida, las reformas del Gobierno de Bachelet, su manejo de los conflictos internos, su visión de país puede ser tranquilamente juzgada y evaluada para realmente saber si tratamos con un “legado” o con alguna herencia de otra naturaleza.
En educación el enfoque se puso en la razón social de las instituciones de instrucción formal. Con o sin fines de lucro, reduciendo la tarea de formar personas con conocimientos y habilidades aptas para vivir en sociedad y construir un futuro mejor, a un tema de lucro. Se satanizó la idea de tener ganancias por un servicio prestado haciendo parecer que mientras se obtuviera un provecho económico siempre se trataría de un abuso, como si la calidad viniera asegurada por la buena voluntad de los que desean un mundo perfecto.
En estas circunstancias, cientos de establecimientos cerraron sus puertas dejando a miles sin la educación que habían elegido para sus familias y sin la posibilidad de encontrar un equivalente al alcance del bolsillo. La opción es ir al privado inaccesible por sus precios o al público conocido por su pésima gestión.
¿Hablamos de un legado? Más bien hablamos de un pesado lastre del cual ahora será necesario deshacerse, pues la calidad no puede reducirse a formas de financiamiento.
En economía las noticias no son alentadoras. La responsabilidad fiscal pasó a la historia, la contratación excesiva de funcionarios para contrarrestar el creciente desempleo llenó de orificios las arcas fiscales agrandando la deuda existente de manera exorbitante.
Año tras año el banco central reduce las expectativas de crecimiento y si bien el precio del cobre no ha ayudado, la tendencia mundial no es hacia el estancamiento ni la recesión como parece ser la tendencia en Chile. Resulta que las políticas públicas y la incertidumbre jurídica aumentada por una pésima e ineficiente reforma tributaria que ahuyenta capitales, vuelve más conservador al emprendimiento y reduce los ánimos de riesgo financiero de aquellos que están en condiciones de producir riqueza. No es una cuestión de mala voluntad, sino de cálculo realista. ¿Para qué invertir en un lugar donde se sataniza disfrutar de los resultados del trabajo duro? Mejor multiplicar el capital en regiones más amistosas para la creación de riqueza, y entiéndase por riqueza bienes y servicios que facilitan la vida de todos, no solo del que se lleva la mayor parte de la ganancia.
Con un aumento de la deuda que compromete fondos de todos los chilenos por décadas, con un desempleo creciente, una migración desordenada y poco efectiva para los intereses del país, con un aumento de la pobreza del 0,9 % en el 2013 al 1,3 % en el 2015 y creciendo, es imposible hablar de legado, sino de carga.
¿Hay algo que cumpla con la verdadera descripción de legado entonces? Quizás para ser justos habría que reconocer que pese a que va contra la misma esencia de la izquierda el dar libertades a los individuos, y así lo prueba la historia, al menos, por ciertos beneficios electorales se impulsó la mal llamada agenda valórica que más que valores trata de libertades civiles ya bien atrasadas en Chile, cuya realidad no se ajustaba a la visión de individuo libre que una democracia deba tener. Los avances en torno a la despenalización del aborto en tres causales, que era un tema pendiente, además de los pasos dados en el reconocimiento de las uniones civiles entre adultos que consienten en ello y hacia el matrimonio libre, es un camino que había que recorrer y con losque el país estaba en deuda. De hecho, aún falta que se legisle para dejar de relativizar el derecho de otro de elegir su propia forma de vida considerando el principio de “sin daños a terceros”, pero lo andado es un buen comienzo.
De no ser por esas luces que van contra su misma naturaleza, este Gobierno, profundamente de izquierda, comprometido con la colectivización, el despilfarro y la pésima administración, experto en reabrir heridas nacionales, polarizando al país y oportunista al exhumar figuras políticas por provecho electoral, no tendría nada más que legar que un desastroso cuatrienio en el que el desplome de la economía no hizo más que pisotear las posibilidades de miles de disfrutar de su libertad, condenándolos a depender de un Estado ineficiente.
En la suma y resta no hablamos de legado, sino de un peso muerto que a ratos parece que nos hunde en la perpetuidad del subdesarrollo.