En las relaciones de la vida, perdemos y ganamos, tenemos triunfos y derrotas absolutas y son estas últimas las que nos hacen cambiar la perspectiva de lo que valoramos. Muchas veces las pérdidas nos sirven para saber lo que no queremos y otras veces nos sirven para valorar lo que acabamos de perder.
Dar por sentado todo lo bueno que se tiene es fatal, creer que podemos extender la cuerda que sostiene una relación por demasiado tiempo y que esta jamás se cortará es un error recurrente del cual las personas no parecen aprender y en el momento que menos lo piensan, todo aquello que creyeron que siempre estaría ahí desaparece y solo queda la enormidad de la ausencia.
Así como en las relaciones interpersonales, la política nos enseña que no podemos dar por sentado lo bueno, no podemos creer que de tanta agua el cántaro no se rebasará, que la prosperidad es eterna y que una vez ricos siempre seremos ricos. La riqueza de las naciones es como montar una bicicleta, el que deja de pedalear se cae y Chile frenó abruptamente hace casi cuatro años.
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El presente gobierno ha improvisado políticas que han resultado nefastas para el desarrollo económico con la idea de que las cargas tributarias, las regulaciones excesivas y la cesión frente a casi todas las demandas sociales, solo afectarían a los ricos, que ellos aceptarían el castigo por su delito de ser prósperos y que no se irían a ninguna otra parte a crear más riquezas porque tenían una especie de deuda moral con la sociedad por el pecado de ser exitosos. La gente al principio del actual gobierno de Michelle Bachelet también tiene mucha culpa por avalar y hasta aplaudir el linchamiento mediático de los prósperos, de aquellos que mueven la economía y son los mayores responsables de la creación de empleos en el país.
Sí, los odiados empresarios, esos que muchos calificaban de “poderosos de siempre” como si lo que aportan a la sociedad no fuera digno de las recompensas materiales que reciben, esas personas que van desde los Luksic hasta el pequeño emprendedor que ha creado así sea un empleo, todos ellos han sido blanco de acusaciones, de reproches, de rabias acumuladas que vociferaban y aún vociferan y exigen desde redes sociales y las calles mismas la expropiación de las riquezas ajenas por medio de impuestos, cargas, regulaciones y asfixia estatal. La idea es que dicha expropiación termine a modo de subsidios varios, bonos y otras suertes, en las manos de los que se consideran pueblo.
La realidad de las cosas es que por más altruismo que exista en los empresarios, lo que los define es su objetivo de crear bienes y servicios que no solo mejoran la calidad de vida de quienes los adquieren sino que desean crear riqueza para ellos, sus familias y todos quienes resulten asociados a su progreso. Y es que la prosperidad arrastra a otros consigo y los eleva juntamente con quien la creó. Es absurdo pensar que frente a un escenario tan hostil, los empresarios grandes y pequeños no buscarán alternativas para no perder el fruto de su esfuerzo.
El deber hacia el país se cumple hasta que el país mismo lo rechaza. Así como en las relaciones interpersonales, una de las partes se cansará de llevar el peso emocional y luego de enfrentar la incertidumbre y la anulación a diario, pese a sus mejores esfuerzos, es muy probable que desista de la relación. Pues en economía algo parecido ocurre. El deber y el amor por el país no se esfuman, pero frente a un escenario adverso se desistirá de luchar por la admiración y el amor incluso de una nación que los detesta por su éxito. Habrá que buscar nuevos horizontes a donde llevar el progreso que es imparable, nuevos lugares donde con gusto se acepten las bondades de la modernidad, la innovación y los resultados económicos que estas produzcan. En el país de origen del empresario, solo quedará el espacio vacío que marca su ausencia y las consecuencias no son para celebrar.
Chile sufre hoy esa ausencia que implica que los empresarios, el Atlas, como lo describe Ayn Rand, que lleva el peso del progreso y del desarrollo, se hayan contenido en su deseo de invertir en el país y muchos otros simplemente buscaron nuevos espacios lejos y donde sus aportes resulten bienvenidos. La incertidumbre jurídica, el maltrato mediático a la noble tarea de generar bienestar y la ignominia que hoy por hoy pareciera significar denominarse “empresario” terminan por drenar la resistencia de estos y solo queda la ese vacío, la notoria falta de ellos y su maquinaria que energiza la economía. Se han ido, se han contenido, están esperando un escenario donde no se los quiera linchar públicamente y la economía apenas se mueve registrado su mínimo histórico desde el 2009 con un 0,5 % de crecimiento en el último semestre.
Buenas noticias dirán algunos ministros que ya no tienen vergüenza para presentarse frente a un país al que le han robado la energía y vitalidad, al que le han costado miles de empleos, al que le han significado cientos de familias ser más pobres que antes y que han repletado el estado con camaradas a fin de asegurar votos, despilfarrando irresponsablemente las pocas riquezas que le quedan al país y endeudando a la nación como para asegurarse de que después de ellos no quede nada, cual psicópata que asesina a su pareja con el discurso “si no es mía, no es de nadie”. Buenas noticias porque 0,5 es mayor que 0, pero es una burla para aquellos a quienes esta aventura del asistencialismo les ha costado el verdadero bienestar, ese que les permite pararse sobre sus propios pies.
Sí. Chile debe volver a conquistar a sus empresarios, debe volver a creer en el libre mercado y no satanizarlo y por último debe sentir orgullo por esa casi divina cualidad del hombre que le permite crear.