Los candidatos presidenciales de Chile demuestran la precariedad de la política actual.
Chile está al borde de la recesión económica, creciendo al 0,1% y con el desempleo en cifras alarmantes. Al contrario del país feliz que describió la presidenta en su cuenta pública con cifras bien maquilladas enfocadas en micro realidades, el país vive una crisis de confianza, de autoestima incluso, que tiene a la política cada vez más radicalizada y presentando cartas presidenciales que en otros momentos no se habrían atrevido a salir al frente de cara a una ciudadanía más exigente.
Los problemas del país no solo se concentran en su falta de crecimiento, sino también en la corrupción creciente y desmesurada que en el presente gobierno abunda en todos los sectores, pero es preocupante ver tan descaradamente como la política secuestró al Estado y amordazó a la justicia para hacerse del botín. Se han interrumpido investigaciones, se manipulan las instituciones para cubrir los múltiples latrocinios y se utilizan para atacar enemigos políticos como se ha visto con el servicio de impuestos internos.
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El clientelismo es demencial y esto se refleja en el aumento de la creación de empleos estatales, muchos de ellos abiertamente nepotistas.
Sí, Chile está en una crisis que supera la tragedia económica y que abarca a la sociedad completa. Podemos nombrar todo el día los ítems que sacuden a la nación, ya sea la inseguridad, la violencia en la Araucanía, la corrupción galopante, el desempleo y la crisis de la educación y para qué decir de la salud.
Lamentablemente en estas condiciones el desastre social es tan grande y la confusión reinante es tan profunda que el perfil presidencial que ya era bastante bajo, ha vuelto a descender.
Cuando Sebastián Piñera terminaba su gobierno, las candidaturas, si bien no eran luminarias, al menos tenían cierto nivel técnico en que en su mayoría podían no solo responder el “qué hacer” sino el “cómo”, claro está que Bachelet era la excepción ya que fue blindada durante toda su campaña y se limitaba a decir “paso” frente a preguntas complejas, pero dado que el país estaba creciendo saludablemente, se creía indestructible, como el Titánic. Nada lo puede hundir, por lo que no era problema tener candidatos básicos con poca técnica pues las bases parecían sólidas y el país podía darse el lujo de elegir el carisma por sobre la pericia. Esto lo sabían los candidatos así que pese a tener una mezcla de candidatos, muchos de ellos tenían sugerencias serias y específicas, podían responder preguntas con estructura y con técnica.
El desdén frente a la política, el poco interés en los asuntos de la nación que manifestaba la población, daba cuenta de la comodidad de su situación en un país con mucho por hacer pero que avanzaba y de manera saludable. En otros países esto habría sido motivo de exigencia ciudadana, de pedir que se mantengan y mejoren los estándares de la política, pero en Chile significó un relajo cívico sin precedentes. Las personas no fueron a votar. Ni siquiera el 50% de todo el padrón electoral se presentó a votar y en segunda vuelta esa cifra bajó casi a la mitad. La gente delegó su responsabilidad cívica livianamente creyendo que otros escogerían sabiamente por ellos mientras disfrutaban sus vacaciones. La vida era cómoda y ni el más nefasto de los gobiernos podría cambiar la sólida situación. El problema es que estaban equivocados.
Este gobierno lo cambió todo. Envió una poderosa señal a la ciudadanía de que el poder no garantiza calidad, de que lo único que le importa a la política es aprovechar las ventajas del poder, que el clientelismo es el aíre de los partidos y que con simpatía se llega a la cima y no con técnica y preparación.
Este mensaje le llegó no solo a la ciudadanía sino al mundo político, que siempre ha tenido candidatos poco serios y otros más preparados, pero en general, lo que desde el retorno a la democracia lograban tribuna, eran lo que estaban mejor preparados y entre ellos era la contienda. Como olvidar las elecciones entre Lavín y Lagos, dos hombres sumamente calificados, Frei versus Piñera, ambos capaces de llevar las riendas del país, pero hoy nos debatimos entre comunicadores idealistas que admiran a tiranos y asesinos y supuestos derechistas que no pueden responder ni la más básicas preguntas.
De todo el manojo de ofertas, apenas se podrían contar dos o tres con propuestas viables, realistas y no tiránicas, entre ellos Felipe Kast, Sebastián Piñera y si hubiese seguido su curso, Andrés Velasco, pero los demás son solo consignas y personalidad. Beatriz Sanchez, Manuel José Ossandón son muestras de la terrible condición de la política actual. Beatriz representa al idealismo engañoso que deriva por sí mismo en lo que el autor Axel Kaiser llamaría, “la tiranía de la igualdad” y Manuel José Ossandón representa el triste dicho popular que reza: “el que sabe, sabe y el que no es jefe”
Lo triste es que este tipo de candidatos son la mayoría y están llenos de ofertones milagrosos, llenos de eslóganes populistas que derivan del desinterés que la ciudadanía tiene por la prolijidad.
El Gobierno de Michelle Bachelet ha logrado dejar a Chile con la más alta tolerancia a la ineptitud, pues para soportar el presente gobierno se necesita paciencia infinita. El país polarizado y lleno de consignas pues frente al fracaso parece que la gente pierde la capacidad de razonar, de buscar la verdad y solo busca culpables. Este clima es ideal para los demagogos y populistas que se alimentan del resentimiento nacional.
La ciudadanía dejó que las cosas llegaran a este punto, ahora tendrán que elegir de entre aquellos que odian menos, porque su tolerancia frente a la incompetencia ha puesto al país en esta situación. Veremos si en noviembre aún hay esperanza para la técnica o si hemos definitivamente sucumbido frente al populismo y si lo segundo ocurre, solo hay un paso hasta Venezuela.