Para cualquier persona que ama la libertad y el poder de decisión, el chile del 2010, con todas sus imperfecciones, era un buen lugar para vivir.
Los seres humanos son en esencia libres. La condición natural de las personas es aquella en la que pueden decidir por sí mismos cuáles son sus límites, y dentro de una sociedad la libertad del otro es el límite razonable para ejercer la libertad propia, creándose así la armonía social con la que, dentro de nuestras imperfecciones humanas, podemos convivir con las diferencias naturales que existen entre personas, mientras se respete el libre albedrío del otro, su propiedad y su vida.
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He ahí los márgenes de la convivencia pacífica entre seres humanos diferentes y libres; la diferencia provee un valor agregado, ya que lo que uno no puede aportar a la sociedad, el otro es capaz de proveerlo con sus habilidades y talentos naturales, que bien trabajados son útiles para sí mismo y para los demás.
En el intercambio de lo que cada persona puede aportar a otro, con el fin de beneficiarse a sí mismo, se generan oportunidades y riqueza y las sociedades prosperan en aquella diferencia, porque lo que es valioso para uno, no necesariamente es valioso para otro, pero cada uno va creando las condiciones que conformarán su felicidad, bajo los términos que cada uno estipule, mientras no haya daños a terceros.
Ese control de daños le da la función al Estado de impartir justicia y, a través de la fuerza pública, controlar a aquellos que no desean ese desenvolvimiento libre y pacífico
Los chilenos habían logrado convertir su país en una de las sociedades más libres del mundo, que aun con sus carencias e imperfecciones, todavía podían hacer buen uso de su libre albedrío. Esto desde que en 1990 retornó la democracia a la república y se fortalecieron las instituciones que proveían esa libertad.
Entiéndase que cada país va tomando decisiones electorales que modifican su condición libre de una u otra manera y Chile no es la excepción.
Dentro de la imperfección humana, se entiende que los gobernantes de las naciones no son seres dotados de incorruptibilidad, discernimiento especial ni nada fuera de lo común de lo que nos hace humanos, simplemente reúnen las simpatías necesarias entorno a su persona o un plan de trabajo para que en conjunto la sociedad se dirija a un objetivo.
Se entiende que el ser humano cuando vive en sociedad debe pagar el costo de ciertas externalidades y de acuerdo a su idiosincrasia debe convivir con la mediocridad que no tiene remedio alguno, sino que se trabaja para mantenerla a niveles aceptables. No es lo mismo votar por un gobernante que roba y que además es inepto, que votar por uno que roba pero que al menos deja abiertas las posibilidades del desarrollo y libertades esenciales.
En este contexto, en que no da lo mismo, Chile se ha equivocado rotundamente haciéndose indiferente a la política y los costos que esta tiene en la vida y la libertad de las personas.
Los chilenos han estado eligiendo líderes que en vez de empoderarlos, asegurando al menos su libre albedrío, cada vez regulan aspectos más personales de la vida de las personas. Las razones de estos resultados electorales de la última década quizás son tema de otro estudio, tal vez tenga más que ver con nuevas generaciones llenas de inseguridades y carencias en el hogar por falta de padres que eduquen a conciencia a los hijos que traen al mundo, y esa ausencia paternal los haga buscar un padre en el estado, pero eso es tema de la psicología y la sociología.
El liberticida imperante, sin embargo, afecta a todos los miembros de la sociedad, incluyendo a aquellos que sí valoran su libertad y sí saben qué hacer con ella.
Los proyectos de ley aprobados durante la administración Bachelet, tanto en su primer mandato como en el actual, propenden a la eliminación gradual de libertades.
Primero se comenzó con el proyecto de ley que regula lo que se vende en quioscos escolares, obligando a los proveedores de estos servicios a tener solamente comida que el Estado considere saludable, porque en la mente de las autoridades la gente no tiene idea lo que es bueno para sus hijos, y como nadie tiene tiempo de amar lo suficiente a sus retoños como para darles la libertad de elegir o custodiar lo que ingieren, el Estado se hace cargo limitando las elecciones en recintos escolares.
No es de extrañar que los “mercados negros” proliferen dentro de las escuelas, dejando en ganancia marginal a las personas que podían sustentar sus hogares con los quioscos escolares, ya que lo que se prohíbe termina siendo siempre adquirido de una u otra manera. El mercado libre siempre gana y lamentablemente, si ha de imponerse por la violencia, termina haciéndolo.
Quizás en un tiempo veamos tráfico de aquellos alimentos no saludables en una red no controlada entre los escolares, que será aún más perniciosa para los mismos.
Se envió un proyecto para controlar la sal en los restaurantes y en los alimentos. Resulta que ahora los chilenos tampoco tienen inteligencia para velar por su propia salud; resulta que el Estado debe regular nuestro sodio ingerido.
Además de la última joya parlamentaria en que se eliminan las tareas para la casa, puesto que los niños manifiestan “signos de estrés” escolar, dejando así nula la posibilidad para aquellos padres que buscan una educación exigente y rigurosa y dejando la puerta cerrada a la diversidad de modelos educacionales.
El liberticida está de moda en Chile, así lo han estado decidiendo los chilenos desde el 2006 hasta hoy 2016, ya Chile ha salido del ranking de los países más libres para volver a la lista del monto que prefiere que padre Estado regule su libertad porque al parecer, los chilenos no saben qué hacer con ella.