La mayor lección que le deja Michelle Bachelet a Chile es que, evidentemente, no se puede vivir de recuerdos. Su primer Gobierno, exaltado en Latinoamérica como faro de progresismo, igualdad e inclusión política, ha quedado atrás. Por otra parte, su segundo mandato, sin ser radicalmente opuesto al anterior, ha empezado a evidenciar un descenso sostenido en las encuestas por más de 10 largos meses.
Por fortuna, o tal vez por desgracia, las encuestas no son equivalentes al voto. Sin embargo, de no ser así, los resultados serían devastadores, al menos para Bachelet. Ahora bien, el pronóstico de la oposición —hasta ahora— tampoco resulta muy alentador, lo que más que certeza, termina generando dudas e incertidumbre respecto al futuro político de Chile.
En los últimos 11 meses, la encuesta de Adimark ha reflejado de manera sostenida la desaprobación social a la gestión presidencial. No obstante, examinar de cerca los números, resulta fundamental para comprender lo que realmente esconde: a simple vista, podría afirmarse que el nivel de aprobación a la gestión no ha tenido mayor variación, salvo un punto porcentual. Pero, ¿qué tenemos detrás de esto?
- Lea: Aprobación de Michelle Bachelet se estanca por debajo del 30%
- Lea: Gracias a Bachelet, el crimen y la impunidad reinan en Chile
- Lea: “Chile no volverá a crecer sin confianza para invertir”
Al examinar un proceso, es necesario observar los criterios que se pueden mover (llamados variables) y las constantes que tienen poca o nula movilidad. La aprobación presidencial, que desde hace un tiempo se encuentra estancada en un 26%, es una constante que representa el piso básico, el universo electoral, la militancia de izquierda y cercanos, que votaron por ella. Este sector y, por ende, su representación, difícilmente variará, así como tampoco variaría, por ejemplo, el apoyo hacia algún familiar, que en la mayoría de los casos, estará explicado en el cariño, y no en las capacidades del mismo.
Empero y continuando con lo anteriormente mencionado, en todos los criterios variables donde no hay un piso básico de aprobación, donde la cifra se puede mover de 0 a 100, entonces ahí es necesario centrar la atención. Siendo fieles a la verdad, las cifras dejan mucho que desear. De esto último, ¿qué podemos extraer?
1. El liderazgo bajó 10 puntos;
2. Manejo de crisis, expresado en la pregunta “¿Cuenta con capacidad para enfrentar situaciones de crisis?”, cayó siete puntos;
3. La credibilidad cayó seis puntos;
4. El nivel de confianza bajó otros seis puntos.
En cuanto a las variables que se concentran en el desempeño de su Gobierno, la situación no es muy diferente:
La gestión en Salud y Transantiago bajaron otros 4 puntos. El manejo del tema indígena cuenta sólo con un 18% de aprobación. El manejo de la corrupción en los organismos del Estado tienen un 10% de aprobación. El manejo de la delincuencia lo respalda un 8%, y ni hablar de las coaliciones políticas: la Nueva Mayoría (coalición gobernante) retrocedió 5 puntos y los opositores no logran repuntar.
Lo que debemos cuestionarnos es cómo puede sustentar el Gobierno de Chile todas las reformas que desea llevar a cabo, cuando su gestión y sus proyectos cuentan con tan poca aprobación ciudadana.
Si bien la democracia permite que lleguen al poder aquellos que representan a la mayor cantidad de personas (expresado en el voto), esto no es una licencia para abusar de dicha soberanía. Una de las razones por las cuales la administración Bachelet continúa en la senda de las reformas estructurales, a pesar del descontento ciudadano, es por ideología. Y las ideologías, tal como escribió el premio Nobel de economía Douglass North, son materias de fe antes que de razón y subsisten pese a las abrumadoras pruebas opuestas.
Cuando se piensa que se tiene la verdad suprema, se puede asesinar, mentir, robar, etc.; porque el ideal final es superior a los individuos. Es su ideología, su religión, su fe, su verdad; tan importante y absoluta que todo lo vale.
La ciudadanía chilena está aprendiendo de la manera más dura, que a perro viejo no se le enseñan trucos nuevos.
Es similar a aquellos que creen en el fin del mundo para la semana siguiente y cuando no ocurre, lo atribuyen a un error en el calendario; luego le asignan una nueva fecha, pero siguen creyendo. O quizás, como aquellos que niegan que los fenómenos naturales ocurren por las fuerzas en acción y lo siguen atribuyendo a la voluntad divina, así tengan toda la evidencia científica que demuestre lo contrario.
Es una cuestión de fe, y la Nueva Mayoría, cuya alma está compuesta por los partidos socialista y comunista creen, sinceramente, que ese sistema funciona y desean implementarlo sin importar toda la evidencia histórica que prueba, sin refutación, que dicho modelo de planificación central, dado a la corrupción, ha fracasado en todo el mundo.
La administración Bachelet ve a la ciudadanía como un niño enfermo de gripe. La “plaga” es el capitalismo, “el modelo”; y se ven a sí mismos como los médicos de la historia que tienen el deber de inyectarle la medicina a la sociedad, incluso, yendo en contra de la voluntad popular de la que tanto se ufanan. Si es necesario, le mentirán al niño, diciéndole que no se le inyectará y se lo harán mientras esté distraído.
La nueva mayoría (socialistas y comunistas), como religión, está convencida de su verdad absoluta, y por dicha verdad están dispuestos a todo. Sólo basta con revisar los libros de historia, donde la evidencia de que esto es así, es avasalladora.
[adrotate group=”7”]Otra de las muestras de esta religión es el apoyo incondicional que la presidenta Bachelet da a Dilma Rousseff, a pesar de la poderosa evidencia de corrupción contra la mandataria brasileña.
Con todo esto en consideración, sólo queda agregar que la ciudadanía chilena está aprendiendo de la manera más dura, que a perro viejo no se le enseñan trucos nuevos. Mientras se espera que los dos años de Gobierno restantes pasen rápido, debemos reflexionar a quién damos nuestro voto, porque mientras el Gobierno continúe por esta senda, sólo está consolidando su desplome y su constante nivel de desaprobación. Las medidas antilibertad que ha patrocinado esta nefasta administración, sólo han confirmado en la ciudadanía que lo que pedían no era un Estado benefactor, socialista, repartidor; sino su autonomía para surgir.
En el fondo, la esperanza es que Chile haya aprendido, y que estas cifras le estén diciendo claramente al Gobierno que “echamos de menos nuestra libertad”.