EnglishLa guerra, por definición, incluye un conflicto entre dos sujetos activos. Sostener que la campaña que el Gobierno de Estados Unidos ha lanzado en Medio Oriente desde 2003 es una guerra está totalmente errado: solo hay un agresor activo.
Tal como lo he señalado anteriormente, el presidente estadounidense Barack Obama favorece el uso de lo que él llama el arma más “precisa’ que puede haber, pero las experiencias de Pakistán y Yemen prueban que los ataques con drones, o vehículos aéreos no tripulados, raramente observan los estrictos estándares respecto de víctimas civiles.
Obama sostiene que solo aquellos que “quieren matarnos” pagan el precio con sus vidas, y no “la gente entre la que se esconden”. Pero a pesar de sus promesas, salvar vidas estadounidenses lanzando robots asesinos a los cielos de tierras remotas no evita la conformación de lo que el llama “poblaciones hostiles”.
En cambio, los ataques con drones incentivan la aparición de más terroristas, al mismo tiempo que ponen en grave peligro la vida de miles de inocentes.
Los ataques “precisos” que matan 28 inocentes por cada objetivo
Un reciente informe elaborado por la ONG de derechos humanos Reprieve no ha hecho más que confirmar lo que muchos de nosotros ya sabíamos: los ataques con drones pueden ser cualquier cosa menos precisos.
De acuerdo con su análisis de los datos hechos públicos por la organización Buró de Periodismo Investigativo (BIJ), los drones raramente tienen éxito en el mundo real. Frecuentemente erran sus objetivos individuales, ocasionando cientos de muertes civiles en el proceso.
Reprieve analizó las operaciones con drones que intentaban terminar con la vida de 41 hombres. De acuerdo con la evaluación, dichos ataques generaron 1.247 muertes hasta el momento, lo que equivale a alrededor de 28 muertes por cada objetivo.
El daño colateral es demasiado grande, y el conflicto demasiado unilateral para continuar llamando a esta campaña una guerra.
Tomemos el caso de Ayman al-Zawahiri —el hombre que el diario británico The Guardian identificó como el líder actual de Al-Qaeda. Desde 2006, Estados Unidos envió dos misiones con drones para terminar con su vida. Hasta el momento, estas misiones mataron a 105 personas, incluyendo 76 niños. Zawahiri permanece con vida, mientras que otros drones continúan persiguiendo nombres de la lista de Obama.
Solamente cuando haya más datos disponibles podremos elaborar una estimación más precisa del daño colateral causado por los ataques estadounidenses, pero incluso en la actualidad, las evidencias no parecen auspiciosas. Claramente refutan las palabras del director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) John Brennan, quien sostuvo que la guerra mediante drones es “localizada, de precisión quirúrgica”.
El daño colateral es demasiado grande, y el conflicto demasiado unilateral para continuar llamando a esta campaña una guerra.
Los asesinatos selectivos no son combates, son asesinatos
Una de los rasgos más distintivos del Gobierno es la ineficiencia, y la campaña de drones no está al margen de esa cualidad. Cuando el Gobierno de Obama sostiene que los ataques con drones son eficientes debemos tomar las afirmaciones con un alto grado de escepticismo.
Los datos de 2004 a 2013, reunidos por e BIJ, demuestran que solo los ataques en Pakistán mataron entre 2.496 y 3.002 personas y otras 1.300 resultaron heridas. La fracción de aquellos asesinados correspondientes a objetivos buscados por Washington es mínima, sin embargo, el Gobierno continúa negando esta realidad.
No solo los sucesivos Gobiernos se negaron a reconocer las evidencias, sus campañas pobremente ejecutadas, apenas camufladas como guerras, son contrarias a la propia Constitución estadounidense. Al dejar de lado las garantías del debido proceso, los funcionarios han debilitado uno pilar fundacional de la sociedad estadounidense y han hecho caso omiso a las advertencias de los padres fundadores de EE.UU.
Quizás en el futuro nos preguntemos cuándo el llamado American way pasó a incluir el asesinato de personas, con una simple vacilación acerca de si incluir un nombre en la lista de la muerte.
La guerra contra el terrorismo es contraproducente
No obstante, una creciente presión de la opinión pública le exige a la Casa Blanca ponerle un fin a los ataques con drones —no solo con fundamentos éticos o legales, sino también por razones de seguridad nacional.
Aquellos que confían en la narrativa oficial, y concuerdan que la amenaza del terrorismo es real y significativa, también deben admitir que los ataques con drones en realidad son funcionales a incrementar el riesgo para Estados Unidos. La presencia de máquinas de matar no tripuladas en países extranjeros propagan el terror y la ira entre comunidades que, de otra manera serían pacíficas, guiándolas hacia los brazos de grupos terroristas.
Los constantes bombardeos de drones constituyen una campaña masiva de reclutamiento para los grupos yihadistas financiados por Washington, poniendo a los estadounidenses en una posición más peligrosa, en vez de evitarlo, como lo prometieron los últimos Gobiernos.
El público debe presionar a los funcionarios electos para terminar con esta veta ilegal y contraproducente de la política exterior estadounidense. Antes de que esto suceda, sin embargo, los ciudadanos estadounidenses y sus representantes en el Gobierno deben primero sincerarse ellos mismos sobre la verdadera naturaleza de la campaña de drones que encabeza Obama.