“La primera víctima cuando llega la guerra es la verdad.” La frase, atribuida al senador estadounidense Hiram Johnson, pronunciada en 1917 en plena Primera Guerra Mundial, pudiéramos decir que sigue tan vigente en Venezuela como hace más de 100 años, no solo por la desaparición de la verdad, hecho del que todos en alguna medida hemos sido testigos sino porque estamos en medio de una guerra muy particular.
La característica básica de esta confrontación es que no tenemos plena conciencia que estamos dentro de ella. Tratamos de vivir como ciudadanos “normales” en un país que se disuelve, en el que hasta lo más elemental como el suministro eléctrico se ha convertido en una variable del combate. Somos al mismo tiempo y sin que lo hayamos pedido, soldados y víctimas de un tipo de guerra no convencional, donde la realidad dejó de estar hecha de certezas para fundarse en la incertidumbre. De allí, la dificultad para entenderla y más aún para combatir en ella.
Quizás por ese hábito del ser humano de racionalizar lo que nos pasa y atenuar así el impacto de sus consecuencias, preferimos evitar la palabra guerra, y en el lenguaje diario hablar de conflicto, confrontación o crisis. Aunque no podamos con ello esquivar sus severos efectos. Lo cierto es que se trata de una guerra que no inventamos ni buscamos los ciudadanos. El régimen la creó y nos metió en ella, la alimenta y además provoca situaciones para que escale.
Si aplicáramos a Venezuela el concepto de la caja negra, tan utilizado en la física, con el fin de valorar lo que entra y sale de ella, y poder hacer así una especie de balance de la situación, estaríamos en presencia de variables como ésta: salida mensual de miles de ciudadanos a través de todas sus fronteras. Entrada de grupos criminales y guerrilla. Entrada y salida de drogas. Contrabando de extracción de combustibles. Tráfico de personas. Salida de oro y otros recursos naturales. Importación de armas y fuerzas militares extranjeras. Deterioro de todos los indicadores de calidad de vida; salud, seguridad, educación, comunicaciones, transporte, electricidad, agua potable, etc. Reducción de las exportaciones petroleras, pérdida del valor del trabajo y de empleos de calidad, pérdida del poder adquisitivo, inflación imparable y caída drástica del producto interno bruto. En síntesis, Venezuela padece todo lo que le pasa a un país cuando está envuelto en una guerra. Esto sin agregar el lado humano y dramático de todo cuanto soportamos para obtener hasta los bienes y servicios más elementales para la vida cotidiana.
Pero, ¿cómo es posible que estemos metidos en esta guerra sin habernos dado cuenta de ello?
Si queremos intentar entenderlo, la respuesta debemos dividirla en segmentos. Primero, ¿cuáles son los bandos en conflicto? Por un lado, tenemos a la revolución roja, que está integrada por varias facciones: oligarquía chavista, militares, radicales de varios tipos, etc. Cada una con sus intereses y agendas propias, en muchos casos contradictorios o conflictivos, aunque lo que prevalezca hasta ahora es mantenerse en el poder a cualquier costo. La revolución cuenta con fuertes aliados internacionales, que no son sólo países, pues el ELN, FARC, bandas criminales, colectivos y otros grupos armados irregulares (incluido el Hezbollah) son socios en todo esto y reproducen la conflictividad, según sus propios intereses, más allá de las fronteras territoriales.
Por otro lado, está la oposición, que también es Gobierno. Allí son varios los grupos, igualmente con distintos intereses y agendas, con apoyo internacional explícito de casi todos los países del hemisferio occidental y con el propósito más o menos claro de sacar a Nicolás Maduro y a su régimen del poder, aunque existen muchas dudas sobre la forma de hacerlo, básicamente porque con el desconocimiento de la guerra se advierte que falta una estrategia.
Segundo, ¿cuál es el campo de batalla de esta guerra? Aquí está una parte de lo no convencional del conflicto dado que los terrenos de confrontación son multidimensionales y además estratificados. El campo número uno de esta lucha es la moral de los combatientes, es decir, la mente de los ciudadanos. Como decía Sun Tzu, las guerras se ganan desde dentro y se basan en el engaño. Otros planos de la guerra son: la opinión pública, el ciberespacio, los mercados globales, la diplomacia y la justicia internacional, el espacio exterior y, por supuesto, la dimensión física del terreno, que es propiamente el campo de lucha militar. Como vemos, en varios de estos planos llevamos ya un largo rato combatiendo. Solo basta con observar las redes sociales para entender quién gana en el campo de la opinión pública o en el de los mercados globales con la aplicación de sanciones al régimen y sus cómplices. Inclusive en el plano físico existen múltiples evidencias de confrontación, observemos la lucha por el territorio en el arco minero o en la línea fronteriza con Colombia. Vale igual destacar en lo diplomático los esfuerzos del Grupo de Lima y la acumulación de casos en la justicia internacional.
Tercero, ¿con qué armas y estrategias se combate en una guerra no convencional? A estas alturas, y como dice Donald Trump, todas las opciones están sobre la mesa. Sin embargo, las armas más importantes en las guerras no convencionales son la consciencia y la inteligencia. Ya vimos que si no sabemos en qué estamos metidos, mucho menos tendremos posibilidades de combatir. Pero más allá de la consciencia es indispensable la inteligencia en toda su amplitud, desde las capacidades para pensar creativamente y materializar acciones efectivas, hasta la construcción del proceso formal de recolección y análisis de información para la toma de decisiones oportunas y asertivas. En tal sentido, todo lo que reduzca o neutralice el poder del régimen para sostener su posición tiene que formar parte de una estrategia.
Un principio de las guerras no convencionales es la deslegitimación del enemigo ante la opinión pública. Por ello, la revolución chavista, al igual que la dictadura cubana y nicaragüense, así como el gobierno boliviano, señalan como el causante de todos los males al imperio norteamericano. Lo descolocan frente a otros países de la región estigmatizándolo como invasor e incitador de la violencia. Al mismo tiempo, presentan a China y a Rusia como países promotores del entendimiento y la paz. No es casualidad que uno de los canales que aparecen en la programación de todas las cableras del continente sea la señal rusa de RT en español, que se describe a sí misma como una de las principales fuentes de información alternativas en Occidente, dado que a menudo cubre temas ignorados por los medios de comunicación de masas del ‘mainstream’.
RAND Corporation publicó un texto muy ilustrativo sobre las lecciones aprendidas por los Estados Unidos en 13 años de la guerra contra el terrorismo y que incluye la campaña de Siria. En el documento se puntualizan algunas experiencias que podríamos tomar como guía:
- Las campañas deben estar basadas en una estrategia política enmarcada en una narrativa coherente y articulada de victoria.
- La tecnología es importante, pero no sustituye a la experiencia, la historia y la cultura. Todo es inherente a la construcción del engaño, por tanto, la verdad es un valor y debe ser correctamente administrado.
- La victoria no puede ocurrir sin un plan político de estabilización y reconstrucción.
- Delinear operaciones en guerras no convencionales debe contar con un permanente análisis costo/beneficio y control estricto del gasto. Son guerras que se ganan o pierden en la contabilidad. No se puede combatir sin presupuesto, pues las guerras son costosas.
- Se requieren socios/aliados nacionales e internacionales militares y civiles trabajando en coordinación.
De estos puntos, todos muy importantes, vale señalar tres de ellos: la coordinación civil-militar como binomio con visión integral de la guerra, y por tanto, de la estrategia para desarrollarla; del fin político del conflicto, el cual no está destinado a la ocupación o conquista de un espacio, sino a la reconstrucción de la institucionalidad; y el ejercicio de la soberanía, así como el cálculo costo/ beneficio como indicador real de efectividad de las acciones que se emprendan.
Pero volviendo al principio y el sacrificio de la verdad como primera víctima de la guerra, debemos plantearnos una reflexión sobre cómo estamos manejando la información y el costo que tiene el engaño entre nuestras filas.
La política comunicacional del gobierno de Juan Guaidó es defectuosa, estamos confundiendo a nuestros aliados y no al enemigo. El régimen se aprovecha de ello para manipular y narrar los hechos a su conveniencia. Si no entendemos que la información es un arma y la opinión pública un campo de confrontación, estaremos perdiendo esta batalla.
Es muy preocupante que algunos medios, periodistas y hasta encuestadoras, en lugar de construir información creíble, se hayan convertido en difusores de propaganda que no soportan la más mínima prueba de verificación. Es una especie de competencia por decir algo, o por complacer a alguien. Si, por el contrario, lo que se quiere es hacer contrainteligencia para desinformar al enemigo, tampoco se está logrando porque cuando lo que se difunde es propaganda, los venezolanos ya tenemos un entrenamiento avanzado con los 20 años de chavismo y la dictadura tiene grandes ventajas en el arte del engaño. Por tanto, hay que ser más inteligentes que ellos si se pretende algún éxito.
Las redes sociales son potenciadoras de todo este derrumbe de la certeza y la gente en medio de tanta censura y oscuridad lo que le queda es expresar sus posiciones, a veces duramente. Tenemos un problema cuando se deja de creer en las “versiones oficiales” y los respaldos automáticos. Lejos de resolver un problema, le abren un hoyo a la ya erosionada confianza en el presidente encargado.
Por último, tengamos presente que todo el poder de la oposición proviene de la multiplicación del respaldo ciudadano emanado en enero de 2019 a partir de la activación del artículo 233 de la Constitución nacional. No podemos desviarnos de la ruta trazada para la construcción de fuerzas necesarias en el combate de esta guerra no convencional. Seamos conscientes e inteligentes y no caigamos una vez más en el engaño de querer comprar la paz ignorando la guerra.
Como decía Churchill: “Os dieron a elegir entre el deshonor o la guerra, elegisteis el deshonor y tendréis la guerra.“