El aspecto clave de este asunto, mucho más allá de los resultados electorales del presente, es el haber trasladado al nivel político las ideas liberales que estaban ausentes en ese plano desde hace ocho décadas con esa profundidad. Este proceso tan fértil ha abierto avenidas en el público en general, principios que hasta la irrupción de Milei se encontraban en el tan necesario plano académico y en alguna manifestación parcial en el terreno periodístico.
Sin duda que la faena intelectual es decisiva para que pueda presentarse en el discurso político. Debe haber alguna base de sustentación en la educación entre el público para que pueda expresarse desde la tribuna política.
La tarea del político es muy diferente a la del académico. En el primer caso, inexorablemente para dirigirse a la opinión pública tiene que haber un mínimo de comprensión de lo que se dice. Si un hablante en idioma sueco pretende entendimiento y aceptación de lo que dice es requisito esencial que la audiencia entienda sueco de lo contrario no solo nadie entenderá nada sino que el orador no contará con público puesto que ese idioma para ellos estrafalario provocará una desbandada segura. En cambio, el profesor que asume la cátedra inquiriendo qué desean escuchar sus alumnos estará perdido como profesor, es indispensable que abra nuevos surcos en el aula. Ese es el comienzo de toda idea: el cenáculo que poco a poco va abriéndose paso tal como ocurre con una piedra arrojada en un estanque que en círculos concéntricos va tocando superficies mayores.
En nuestro país Juan Bautista Alberdi y sus colegas de la generación del 37 (así denominada por el año en el que se inauguró el célebre Salón Literario) en sus estudios, seminarios y tertulias absorbieron ideas de liberales ilustres como Algernon Sidney, John Locke, Condillac, Adam Smith, Montesquieu, Benjamin Constant, J.B. Say, Tocqueville, Pellegrino Rossi, Bastiat y Guizot. Todos autores enseñados principalmente en la cátedra de filosofía por el notable Diego Alcorta en el entonces Departamento de Jurisprudencia (hoy Facultad de Derecho) de la universidad establecida por Rivadavia en 1821.
Como es sabido, Alberdi se negó a jurar por Rosas y se graduó exiliado en Uruguay y luego revalidó el título en Chile donde se instaló en Valparaíso, lugar en el que además de ejercer su profesión fundó el Club de la Constitución para continuar debates sobre la tradición liberal. También Alberdi fue el responsable de contratar el primer profesor liberal en la Universidad de Chile ya que le aconsejó a su amigo Félix Frías —en aquellas épocas corresponsal de El Mercurio en París— para que con la anuencia de profesores locales lo invitara a instalarse en Santiago a Jean Gustave Courcelle-Seneuil al efecto de ocupar la cátedra de Economía Política en la mencionada universidad donde dictó clase desde 1855 hasta 1863 (por mi parte detallo sus enseñanzas y las actividades de sus valiosos discípulos en mi libro Jean Gustave Courcelle-Senauil. Un adelantado en Chile publicado en Santiago por la Universidad del Desarrollo en 2010).
Tal vez el pensamiento alberdiano pueda resumirse en un pasaje donde consigna la función gubernamental como la protección a los derechos a la vida, propiedad y libertad en su obra más conocida de 1854: “Si los derechos civiles del hombre pudiesen mantenerse por sí mismos al abrigo de todo ataque, es decir, si nadie atentara contra nuestra vida, persona, propiedad, libre acción, el gobierno del Estado sería inútil, su institución no tendría razón de existir”.
Esta idea capital que fue plasmada en la Constitución de 1853/60 permitió que nuestro país se colocara a la vanguardia de las naciones civilizadas con salarios superiores a los de Suiza, Alemania, Francia, Italia y España, motivo por el cual la población de inmigrantes se duplicaba cada diez años con indicadores todos que competían con Estados Unidos. Luego vino la revolución fascista del 30 y peor aún el derrumbe con el golpe militar del 43 por el que nos asedió el estatismo en el que aún nos debatimos con indicadores de pobreza moral y material cada vez peores.
Ya con los valores liberales eclipsados, mi padre en 1942 en plena aceleración del desbarranque institucional que se preanunciaba y que como queda dicho ocurrió al año siguiente, descubrió en un seminario en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires un libro de Gottfried Haberler traducido ese año por el Fondo de Cultura Económica con el título de Prosperidad y depresión. Haberler era uno de los asistentes regulares al seminario de Ludwig von Mises en Viena por lo que transmitía en esa obra algunas de las enseñanzas de la Escuela Austríaca, especial aunque no exclusivamente la teoría del ciclo que encandiló a los muy pocos asistentes a ese seminario en la UBA.
En la década siguiente, mi padre fundó el Centro de Estudios sobre la Libertad e invitó a muchos profesores a disertar en esa tribuna, el primero de los cuales fue precisamente Mises. También becó a jóvenes para estudiar a Estados Unidos, publicó regularmente la revista Ideas sobre la Libertad , tradujo y editó libros y organizó cursos en distintos lugares del país con lo que reflotó nuevamente las ideas liberales hasta ese momento desconocidas pues fueron tapadas por socialistas, keynesianos, cepalinos y marxistas que habían copado las aulas debido a la dejadez de tantas personas que consideraron muy equivocadamente que el progreso estaba garantizado.
A partir de ese resurgimiento piloteado por mi padre y los colegas que lo acompañaron en los trabajos educativos, afortunadamente pudieron aparecer otras manifestaciones liberales a partir de los 70. Por mi parte, en 1978 establecí con un grupo de empresarios la primera institución de posgrado privada (ESEADE) de la que fui 23 años Rector, donde se presentaba la tradición de la Escuela Austríaca que se contrastaba con otras corrientes de pensamiento en las distintas maestrías. Antes, en 1972, publiqué el libro que introdujo en el mundo hispanoparlantes por vez primera en forma de texto universitario aquella concepción austríaca, que fue prologada por el premio Nobel en economía Friedrich Hayek, también discípulo de Mises en el referido seminario vienés y que usé en mis cátedras como profesor titular en cinco carreras de la UBA y en mis clases en los doctorados en economía en la UCA y en la Universidad Nacional de La Plata.
Como queda dicho, a partir de entonces hubieron otras muy meritorias publicaciones académicas y asumieron la cátedra también profesores muy solventes que asimilaron la tradición decimonónica iniciada por Carl Menger y continuada por Eugen Bhöm- Bawerk, Franz Bretano, Friedrich von Wiser y más contemporáneamente los mencionados Mises y Hayek a los que debe agregarse Israel Kirzner y Murray Rothbard. Autores estudiados en otras entidades académicas y también en muy activas fundaciones argentinas ubicadas en Tucumán, Santa Fe, Mendoza, Córdoba, Corrientes y Buenos Aires que reúnen estudiantes de gran valor con tesis doctorales de peso y trabajos de difusión sumamente productivos y esclarecedores.
En este contexto es que aparece Javier Milei quien venía desarrollando muy fecundas tareas docentes desde hacía décadas. Lo conocí a raíz de un almuerzo al que me invitó en La Biela de Buenos Aires, oportunidad en la que los dos prolongamos nuestras conversaciones hasta avanzada la tarde, ocasión en la que quedé impresionado tanto de sus lecturas de la doceava edición de mi texto antes aludido como de diversos aportes académicos de la referida escuela de pensamiento y, sobre todo, me llamó la atención su capacidad de síntesis y entrenamiento didáctico.
Luego me fui anoticiando de sus contribuciones muy relevantes en materia monetaria, laboral, fiscal y de comercio exterior junto con sus elaboraciones referidas a los marcos institucionales y propuestas de reformas e incluso sus investigaciones sobre textos que discuten el monopolio de la fuerza, un debate inconcluso pero muy provechoso que dicho sea al pasar la primera vez que publiqué un libro sobre el tema fue en 1993 (Hacia el autogobierno. Una crítica al poder político con prólogo de otro premio Nobel en economía, James M. Buchanan). Estos asuntos terminaron girando en torno a bienes públicos, externalidades, asimetría de la información, el dilema del prisionero, el teorema Kaldor-Hicks y el denominado equilibrio Nash.
En otro orden de cosas de gran trascendencia, en momentos en que se parlotea sobre “derechos humanos” sin entender su significado (una redundancia puesto que los derechos solo pueden ser humanos), surge con claridad meridiana que Milei considera el llamado aborto como homicidio en el seno materno, entre muchos otros, en consonancia con genetistas de renombre y las declaraciones oficiales de la Academia Nacional de Medicina local que enfatizan el fundamento científico del aserto.
En una fiesta de liberales en La City en Buenos Aires, uno de los amigos que venía realizando interesantes contribuciones en el mundo intelectual me consultó sobre su inclinación de participar en política y como respuesta le formulé la siguiente pregunta retórica: “¿Qué hubiera sido del mundo si Einstein en lugar de dedicarse a la física hubiera sido intendente de Chivilcoy?”. En esa instancia, Javier Milei pensaba seguir en el mundo académico publicando libros y dictando clases, pero más adelante estimó que era el momento para incrustar el mensaje liberal en el campo político por lo que, como es sabido, se postuló como pre-candidato a diputado por la ciudad de Buenos Aires con los alentadores resultados por todos conocidos…y en noviembre, para sobrevivir, hago votos fervientes para que todos los antichavistas autóctonos cierren filas frente a un enemigo común, a pesar de las diferencias de cada cual. La derrota del chavismo en el nivel nacional en las PASO abre esperanzas.
En lo personal, me emocionó muchísimo que se transmitiera el canto a la libertad de Va Pensiero de Nabucco en oportunidad del discurso de Javier Milei la noche de las elecciones ya que era la cortina musical del programa televisivo que tenía con Carlota Jackisch en Buenos Aires y también de mi programa radial en Colonia.
Pero como decimos, más allá del recuento de votos, lo relevante es no solo el haber pasado el mensaje vigoroso y sin concesiones en el terreno político, sumamente debilitado en el plano político desde hacía décadas y décadas -un campo absorbido por el estatismo de diversos colores con el interregno liderado por los meritorios esfuerzos de Álvaro Alsogaray- sino por ser el responsable de haber corrido el eje del debate en el mundillo de la política y modificado agendas de otros competidores que aunque no creyeran en el mensaje se vieron obligados a sustituir su discurso incorporando aquí y allá cápsulas liberales. Es por esto que todos los argentinos partidarios de una sociedad libre le debemos inmenso agradecimiento a Javier Milei por esta faena descomunal y con la característica de enorme generosidad. Esto quedará en los anales de nuestro país como un paso decisivo en una batalla ganada que es de esperar sea aprovechada y continuada por otros.
En una oportunidad, en un intercambio público que mantuve con Milei en la Universidad de Belgrano pude constatar el entusiasmo de los participantes que colmaron el aula magna a la que se acoplaron aulas contiguas con pantallas. Pero lo más importante no era el grosor de la audiencia sino la calidad de las preguntas que no eran de circunstancia sino que pusieron de manifiesto que había mucha biblioteca atrás de los muy jugosos interrogantes.
Habiendo dicho todo esto vuelvo a reiterar lo que le he comentado a Javier Milei en privado y en público: no estoy para nada de acuerdo con algunos de sus modos. Creo que nunca se justifican, pueden denunciarse con énfasis maniobras y zancadillas y refutarse con vigor argumentos estatistas pero no recurrir a lenguaje soez puesto que estamos hablando de batalla cultural y una manifestación de la cultura son los modales. Y como he manifestado, la última vez en el antedicho encuentro académico en la Universidad de Belgrano, personalmente no uso improperios en público no porque carezca de imaginación puesto que se me ocurren intervenciones bastante creativas en esa línea, me abstengo porque de lo contrario contribuiría a acentuar la cloaca que ya de por sí está bastante esparcida en nuestro medio.
No se me escapa que hay quienes centran su atención en algunos de los modos de Javier Milei como pretexto para ocultar la fenomenal envidia que los carcome y desvela debido al muy abultado arrastre que tiene especialmente entre los jóvenes. Hay otros tilingos que no hacen nada para contribuir a despejar ideas y desde sus poltronas critican algún exabrupto o su peinado sin percatarse que hay otros bien peinados —claro, los que conservan algún vestigio en el cuero cabelludo— y no dicen malas palabras pero nos agreden diariamente con sus inauditos atropellos.
Mi querido amigo Armando Ribas insistía en que Alberdi fue un milagro argentino, en mi caso digo que Javier Milei constituye otro milagro, un milagro distinto pero milagro al fin. En resumen, muchas gracias Milei por lo realizado hasta el momento y con los deseos que siga haciendo mucho más en los distintos territorios en los que ha incursionado, pues necesitamos con urgencia tiempo para seguir con la batalla cultural cuyo aspecto medular es el incalculable valor moral del respeto recíproco.