EnglishLeyes sesgadas, un sistema judicial lento e ideología, mucha ideología. Estos tres ingredientes forman parte de un cóctel que dinamita las relaciones entre padres divorciados y sus hijos, un problema que ha permanecido oculto debajo de la excesiva corrección política. Se levantan como muros impenetrables, donde la frustración y la impotencia se repiten en cada caso.
El documental Borrando a Papá nos conduce a través de las historia de seis hombres que atraviesan diferentes situaciones familiares, en la que se ven separados de sus hijos, y que recurren infructuosamente a los tribunales para resolverlas. Sin embargo, a la hora de llevar su reclamo presentan un seria desventaja: su género.
Desde el primer momento, denuncia la película, los padres se enfrentan a un campo de juego inclinado. No es necesario esperar por un juez parcial o empleados judiciales ineficientes para que comience el suplicio. Las leyes auguran desde su concepción un panorama desfavorable para el hombre. Por ejemplo cuando presumen que la madre es más idónea para criar menores de cinco años, y solo en casos extremos la tenencia debe ser del padre (en Argentina no existe la tenencia compartida).
Si las leyes vigentes fueran el único problema al que deben enfrentarse los padres, la solución pasaría por el Congreso y podrían demandar una reforma. Pero más bien la situación que plantea Borrando a Papá es la de un monstruo sin cabeza ni cola, donde jueces, asociaciones civiles y psicólogos forman parte de una trilogía, en la que se apoya la visión actual sobre el tema. Las leyes, y su particular interpretación y aplicación, son solamente el resultado de un proceso que lleva años desarrollarse, y el visto bueno de expertos que lo avalen.
La imagen de un Poder Judicial que imparte justicia, más allá de las condiciones personales de los involucrados, es solo un ideal
De esta manera, de quienes se espera una opinión basado en el conocimiento científico, terminan por recurrir a un despliegue de sus habilidades argumentativas e ideológicas que únicamente refuerzan al sistema. Como en el caso de la psicóloga y autodenominada “periodista feminista” Liliana Hendel, quien asegura que en cuestiones de familia y violencia familiar “debe invertirse la carga” de la prueba, para que el hombre demuestre su inocencia, al revés de lo que indica la Constitución. Hendel no duda en deshumanizar la figura paterna, a la que le extirpa de sus garantías constitucionales.
La imagen de un Poder Judicial que imparte justicia, más allá de las condiciones personales de los involucrados, es solo un ideal. En los hechos, Borrando a Papá desenmascara situaciones como padres y niños víctimas de violencia doméstica, que deben tolerarla porque es la madre —una mujer—, y no el padre quien la ejerce.
La visión que predomina en los tribunales, sostiene el documental, no acepta que una mujer pueda ser violenta, y cuando lo admite, pone todos sus recursos para ayudarla; pero cuando el hombre es sospechoso, la respuesta siempre es el castigo.
No es ni siquiera necesaria la existencia de un movimiento ideológico que avance promueva estas ideas para influir en la toma de decisiones de los jueces. La propia inoperancia del Poder Judicial argentino, desbordado por una sociedad judicializada en exceso, falta de infraestructura, y escasos recursos humanos, consumen el recurso más preciado y difícil de recuperar: el tiempo. Las demoras de varios meses y hasta incluso años para obtener una decisión favorable se hacen eternas. Durante cinco años trabajando de cerca con estos casos el progreso que había notado fue poco, principalmente por el retraso de la justicia.
Pero también el dinero está en juego. En torno a los conflictos familiares ha emergido una industria de psicólogos, organizaciones no gubernamentales, abogados, cuya misión es perpetuar el conflicto. “La masa de profesionales de estos campos vive de la conflictividad”, dice uno de los abogados entrevistados en la película.
El estreno del documental fue tumultuoso. Un juez censuró la proyección del film luego de que un grupo de profesionales de la salud mental solicitaran que se detenga su difusión, porque no habían prestado consentimiento para aparecer en él. “Se habían arrepentido de los testimonios que brindaron frente a cámara, en los que justificaban por qué no consideran necesario el vínculo padre-hijo, en muchos de los casos de controversias intrafamiliares en los que ellas intervienen por derivación judicial”, señala el sitio web de la película.
Al momento del (fallido) estreno, Borrando a Papá llamó la atención de los medios y encendió una polémica. Sin embargo, las trabas judiciales han hecho que su alcance sea limitado y sus proyecciones escasas. Y eso es una lástima. El documental es un alegato de un punto de vista oscurecido por la corrección política, y debería ser considerado como tal, un punto de partida.