EnglishMientras el brote de ébola despierta la preocupación en el mundo, un germen mortífero reside en Argentina desde hace décadas. Como en otras partes del mundo, ya es una verdadera pandemia; se hace inevitable encontrarse con él en la sociedad argentina, y la vida en Buenos Aires no es fácil para quienes aún son inmunes. Pero el jueves pasado, la cepa argentina del nacionalismo traspasó las fronteras terráqueas.
El jueves 16 de octubre, desde Guayana Francesa, el Gobierno argentino lanzó al espacio un satélite geoestacionario de telecomunicaciones, y con él, el relato nacionalista volvió a tomar la ofensiva aquí en tierra firme.
En su discurso de celebración, la presidente Cristina Kirchner no se cansó de remarcar que se trataba un “satélite que está hecho íntegramente con tecnología argentina, por profesionales argentinos”. En una emisión obligatoria para los canales de aire y todas las radios, ella transmitió imágenes de la ignición y despegue del cohete Arianne 5 (de origen francés). Desde sus inicios, la transmisión oficial daba indicios del tinte nacionalista que iba a acompañar el discurso.
“Junto con la presidenta de los 40 millones de argentinos, todo el país participa del histórico lanzamiento del satélite ArSat-1 que profundiza el camino hacia la soberanía satelital”, anunció la locutora al comienzo de la transmisión. Tras la presentación, en videoconferencia con Guayana Francesa, Kirchner entabló una conversación con el eterno ministro de Planificación Federal, Julio de Vido.
“Yo quiero felicitarlos, estamos en cadena nacional”, le decía la presidente al único ministro que permanece en su puesto desde el inicio del kirchnerismo en el 2003. “Quiero también dirigirme en unos instantes más a todos los argentinos porque estamos muy emocionados”. Kirchner recurrió al plural mayestático, un recurso propio de monarcas y papas, para presentarse a sí misma como la voz y representante del pueblo.
Incluso un personaje ignoto de este circo nacionalista, un legislador de la provincia de Jujuy, le solicitó a la presidente establecer el 16 de octubre como “Día de la Soberanía Satelital Nacional”. Como el peronismo no podía estar ausente, el diputado Eduardo López Salgado celebró: “Una vez más, de la mano del peronismo, se estampa otro hito trascendental en beneficio del todos los argentinos”.
La creatividad para exacerbar el espíritu nacionalista es envidiable. Sin embargo, las declaraciones de Kirchner fueron desarmadas como un castillo de naipes. “Ni todo el ArSat-1 es argentino, ni solo Argentina ha participado en su desarrollo”, afirma una nota publicada en el diario El País de España. El artículo menciona a empresas europeas como Thales Alenia Space y la compañía intergubernamental Astrium, como los principales proveedores de la tecnología utilizada por el satélite.
La exaltación del pueblo y la nación es una característica que se presenta principalmente en los países parte del llamado socialismo del siglo XXI. “El populismo es un ingrediente central del nacionalismo, pero, en una escala de problemas, en primer lugar está el nacionalismo, en distintas formas, porque el nacionalismo adopta distintas formas”, explica el nobel de literatura Mario Vargas Llosa en una entrevista con la revista Viva.
Más allá de las falsedades vertidas por Kirchner en su discurso, es inevitable preguntarse cuál hubiese sido el logro si el Gobierno hubiese puesto un satélite en órbita fabricado con tecnología desarrollada íntegramente en territorio argentino sin cooperación extranjera.
La misión hacia el espacio comenzó el 1 de octubre, cuando el satélite fue transportado a la dependencia francesa en un avión de origen ruso Antonov, y, dos semanas más tarde, puesto en órbita por un cohete europeo del programa Arianne: detalles que la presidente decidió omitir en su épica lucha hacia la autarquía. Lo que habitualmente es considerado una pesadilla, en Argentina es presentado como un sueño.
El tinte nacionalista tenía un objetivo claro: plantar la idea de que un satélite fabricado en el país era un éxito del cual todos los argentinos debían sentirse orgullosos. El discurso buscó satisfacer la necesidad de recrear distracciones que pongan en segundo plano —al menos por unas horas— los síntomas de la recesión y la catarata de escándalos de corrupción en el Gobierno y sus socios.
En esencia, la declaración de la soberanía satelital no es más que la afirmación de que es preferible un producto fabricado íntegramente dentro de los limites arbitrarios de un país, que recurrir al comercio entre individuos y entidades de otras naciones. Aunque las etiquetas made in son una arbitrariedad, el proteccionismo —nacionalismo económico— es uno de los estandartes del kirchnerismo.
El desprecio de la división del trabajo es coherente con esta visión del mundo. El filósofo y politólogo de cabecera de Cristina y Néstor Kirchner, Ernesto Laclau (1935-2014), sostenía que el conflicto es la fuerza que moviliza a la sociedad. Por el contrario, aquel proceso que resulta de los mercados libres “lleva a los hombres a considerarse unos a otros como camaradas en una lucha conjunta por el bienestar en vez de competidores luchando por su existencia”, escribió el economista Ludwig von Mises.
Conquistar el espacio, consolidar la pobreza
Un satélite financiado con dinero de los contribuyentes no está exento de simbolismos. Los US$270 millones necesarios para fabricar el satélite, más que un signo de prosperidad, representa la arbitrariedad con la cual los Estados administran los fondos. Si ese dinero nunca hubiese salido de los bolsillos de sus legítimos dueños, los contribuyentes, la construcción del satélite hubiese sido imposible.
Este juego de apariencias es patrimonio común de los regímenes personalistas y autoritarios. Mientras la población de Corea del Norte sufre de desnutrición, la dinastía Kim hace pruebas con armas nucleares. Lo mismo sucedió en tiempos de la Guerra Fría en la Unión Soviética, donde la carrera espacial contra Estados Unidos fue un elemento de propaganda fundamental durante la segunda mitad del siglo XX
El Gobierno además ignora el rol del sector privado en cuestiones satelitales. En 1974, el Westar 1 fue el primer satélite comercial de origen estadounidense puesto en órbita por la empresa de logística Western Union en colaboración con la NSA. Hoy, Space X, una empresa del emprendedor en serie Elon Musk, le brinda servicios a la NASA para llevar a cabo misiones no tripuladas hacia la Estación Espacial Internacional.
En contraste, Kirchner continúa jugando con sus nuevos juguetes, y exalta los sentimientos nacionalistas en la realidad paralela del Gobierno, mientras la crisis económica continua profundizándose en Argentina.