Hace aproximadamente 15 días que estoy intentando escribir sobre la repentina revelación de una conspiración internacional para derrocar a la mandataria argentina Cristina Kirchner. Si lo hubiese hecho en ese momento el sendero de la conspiración hubiese empezado y terminado en un par de empresas estadounidenses. El plan malvado, que habría comenzado por la supuesta quiebra fraudulenta de la filial argentina de la imprenta estadounidense RR Donnelley, luego se desarrolló, cruzó océanos y fue de sur a norte y de norte a sur. Políticos, empresas y grupos terroristas conforman una trama que bien podría ser un complot ideado por el escritor Frederick Forsyth.
El Gobierno argentino está decidido a explotar al máximo la confrontación pública que mantiene con los “fondos buitre“. La presidente argentina llegó a insinuar que los fondos de inversión involucrados en el litigio por los bonos están detrás de una conspiración que busca derrocarla.
El 27 de agosto pasado, el jefe de gabinete Jorge Capitanich aseguró que ”’los fondos buitre trabajan con el arco opositor político, parte del arco sindical y los grupos mediáticos concentrados”. Para Capitanich, su objetivo es “minar la credibilidad y confianza del Gobierno en forma sistemática” y de esta manera propiciar una salida anticipada de Kirchner de la Casa Rosada.
Esto ocurría luego de que RR Donnelley cerrara su planta ubicada en las afueras de la Ciudad de Buenos Aires. Inmediatamente, el Gobierno argentino demandó a la gráfica acusándola de haber despedido a sus 400 trabajadores para desestabilizar el Gobierno.
Hemos denunciado porque estamos ante un verdadero caso de manejo fraudulento y de intento de atemorizar a la población, acompañado también por ciertos medios que se plegaron decididamente a la maniobra y con grandes titulares anunciaban que quedaban 400 personas en la calle, que la industria gráfica se caía a pedazos cuando, en realidad, hemos consultado desde el ministerio de Trabajo, desde el ministerio de Industria, y la industria gráfica está bien, con 70.000 trabajadores, estaban editándose revistas de mucha tirada, Editorial Atlántida, edita todas sus publicaciones en esta modernísima planta. Con lo cual, se trata, lisa y llanamente, de una maniobra.
La idea original de Cristina Kirchner era denunciar a la empresa, fundada en 1882, bajo la Ley Antiterrorista, una norma que fue aprobada por exigencias del Grupo de Acción Financiero Internacional (GAFI) en diciembre de 2011. Señaló que la imprenta contaba como accionista a BlackRock, un fondo de inversión que se presentó como amicus curiae en defensa de Argentina en el proceso judicial de las cortes de Nueva York. BlackRock habría adquirido las acciones de Donnelley al fondo de inversión NML Capital Limited, una subsidiaria de Elliot Management Corporation de Paul Singer, el “fondo buitre”de mayor perfil mediático. Cristina Kirchner sostuvo que BlackRock y NML Capital cumplían los roles de “policía bueno” y “policía malo” en esta película financiera.
A medida que el peso argentino continuaba perdiendo poder de compra, se extendían los tentáculos del monstruo internacional que había ideado la presidente para blindarse de cualquier tipo de crítica.
El segundo paso del plan desestabilizador habría sido efectuado desde la aerolínea estadounidense American Airlines. El 17 de agosto la empresa anunció que iba a reducir a 90 días el plazo para comprar pasajes de manera anticipada. Para el Gobierno, ni el aumento de la brecha entre el precio oficial del dólar estadounidense y el dólar blue —el del mercado informal—, ni las dificultades para girar divisas al exterior, fueron causas por las que la aerolínea tomó esta decisión.
“No cabe la menor duda que se trata de una acción coordinada, cuando uno de sus miembros pertenece a un fondo buitre y forma parte de una estrategia de desgaste permanente hacia la credibilidad y la confianza en la República Argentina”, aseguró el jefe de Gabinete.
Unos días más tarde, Cristina Kirchner dijo que había recibido un plan de cinco puntos que detallaba la acción de los fondos para “desgastar y esmerilar” al Gobierno. Carlos Gutiérrez, un exministro de Comercio del segundo mandato de George W. Bush, le habría advertido de la existencia de ese plan. Gutiérrez es actualmente socio en una firma de consultoría y asesoramiento político –en otras palabras, lobbyistas— junto a Madeleine Albright, secretaria de Estado durante la administración Bill Clinton (1997-2001).
A medida que el peso argentino continuaba perdiendo poder de compra, se extendían los tentáculos del monstruo internacional que había ideado la presidente para blindarse de cualquier tipo de crítica. Esta supuesta conspiración le permitió al Gobierno comenzar señalar a sus opositores como cómplices de un enemigo externo, una acusación que podría debilitar sus posibilidades electorales el año próximo.
El plan conspirativo continuó por Europa. Hacia finales de agosto, el ministro de Finanzas alemán Wolfgang Schäuble sostuvo, entre otras declaraciones, que “Argentina era un ejemplo de falta de solidez” y que el país ” ha vivido durante décadas por encima de sus posibilidades, no paga sus deudas y está por eso casi aislada del tráfico internacional de pagos”.
Estas manifestaciones llevaron a Capitanich a decir que “la posición del ministro y de su Gobierno ha sido hostil hacia la República Argentina” además de observar que los “fondos buitre” podrían estar detrás de estas declaraciones: “Los Gobiernos están cooptados por grupos financieros y fondos buitres que efectivamente condicionan su actitud, su voluntad y sus expresiones”.
Las declaraciones del encargado de comercio interino de la embajada de Estados Unidos en Argentina, Kevin Sullivan, también son parte de la conspiración. A mediados de septiembre, el funcionario de la embajada había señalado que “es importante para Argentina que salga del default”. Inmediatamente, Capitanich, uno de los portavoces encargados de develar la trama conspirativa, consideró que las afirmaciones fueron “desafortunadas e inapropiadas y constituyen, además, una injerencia indebida en la soberanía de un país”. Además, la Cancillería aprovechó la situación para citar al diplomático y presentarlo como otro enemigo más que busca derrocar al Gobierno.
La creación de enemigos externos, muchas veces imaginarios, permite a los Gobiernos que se ven contra las cuerdas, unir a la población en una causa que excede los parámetros habituales.
Hace unas semanas el presidente venezolano Nicolás Maduro denunció que la “derecha fascista” está impulsando una “guerra bacteriológica”. “Estamos investigando y ya llegaron médicos, amigos de otras partes del mundo, incluyendo nuestra hermana Cuba que nos mandó los expertos en guerra bacteriológica para determinar qué intentaron hacer en Aragua esta derecha fascista”, dijo Maduro
La economía argentina es un espejo de la venezolana pero a menor escala. Los problemas que afectan al país de Maduro son los mismos, pero con respuestas menos radicalizadas —por ahora— de lo que sucede en Argentina. Sin embargo, las últimas declaraciones de Kirchner se asemejan cada vez más a los hilarantes planes de magnicidio que visualiza su par venezolano.
Tras revelarse supuestas amenazas del grupo terrorista Estado Islámico en Irak y el Levante contra la presidente argentina “por su amistad con el papa”, el Gobierno argentino rápidamente aprovechó las inverosímiles amenazas para reforzar su teoría conspirativa: “Si me pasa algo, no miren hacia el Oriente, miren hacia el Norte”, dijo Kirchner en alusión a Estados Unidos.
La presentación de teorías conspirativas que promueven derrocar presidentes no son ninguna novedad en América Latina. La creación de enemigos externos, muchas veces imaginarios, permite a los Gobiernos que se ven contra las cuerdas, unir a la población en una causa que excede los parámetros habituales. Un enemigo externo es un ataque contra el país que trasciende las divisiones locales y permiten justificadamente anular la oposición —razonan los impulsores de estas conspiraciones— señalando a los adversarios políticos como cómplices de los que conspiran contra la nación.
La prédica nacionalista siempre es bienvenida en sociedades permeables a liderazgos caudillistas que no ofrecen programas de Gobierno, sino batallas épicas. La argentina es una de ellas, y el Gobierno lo aprovecha para señalar a los “fondos buitre” como la causa de todos los problemas que afectan a la economía. Lo que no se dan cuenta es que son sus propias políticas y decisiones de los últimos 12 años las que ensamblan la verdadera conspiración contra su propio país.