English El Cardenal hondureño Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga no es un cardenal más. Rodríguez Maradiaga es la mano derecha del Papa Francisco. Fue elegido por el pontífice para presidir el Consejo de Cardenales, el organismo creado por el propio Bergoglio para impulsar una reforma dentro de la Curia Romana.
No es raro leer que los medios se refieran a él como un “vice-papa”. La semana pasada, Rodríguez Maradiaga participó en una conferencia titulada “Autonomía Errónea: El argumento católico contra el liberalismo libertario”, organizada por el Instituto para la Investigación de Políticas y Estudios Católicos de la Universidad Católica de América en Washington D.C. Allí, el cardenal ofreció su visión de la economía mundial, en gran parte basada en la encíclica papal Evangelii Gaudium. Dadas las últimas posturas de la Iglesia Católica hacia los mercados libres, los lugares comunes, los hombres de paja y los ataques infundados, como era de esperarse, estuvieron a la orden del día.
El cardenal favorito de Francisco se alinea con la posición papal a la hora de hacer su crítica. Su visión del libre mercado también está sesgada por las tragicómicas experiencias de las políticas latinoamericanas. Sus conclusiones acerca de la desigualdad comparten los mismos clichés a los que recurren los auto-denominados progresistas que deberían ser rebautizados como pobristas.
Y por supuesto, ignora el hecho de que la violencia dirigida desde el Estado también es violencia. “La opinión de Francisco sería moldeada por la dura historia económica en Argentina”, señala el cardenal, y con razón. Pero Rodríguez Maradiaga y Francisco olvidan que la dura historia económica argentina fue moldeada por el constante crecimiento del tamaño del Estado, por una cultura filo-fascista cuya semilla fue plantada durante la década infame y consolidada por Juan Domingo Perón, no por el libertarismo.
El cardenal Maradiaga destaca que el análisis económico del Papa es realizado “desde el punto de vista de los pobres”, pero al mismo tiempo mantiene un silencio cómplice con las élites políticas sobre en quienes debería recaer la máxima responsabilidad de las masacres, hambrunas y saqueos que empañaron y retrasaron los grandes avances del siglo XX.
No fueron los libertarios los que estuvieron detrás de estos atropellos políticos, económicos y sociales, sino los propios políticos de los que Francisco tiene una “opinión favorable, mientras estén orientados a superar la dicotomía absoluta entre la economía y el bien común”. Casi es redundante aclarar que ninguno de los que instauraron e instauran las políticas de empobrecimiento lo hicieron en nombre del “beneficio personal” o del “individualismo ético”.
El “profundo conocimiento de la vida de los pobres” que el cardenal le atribuye a Francisco no le otorga conocimientos de economía, de geología o de astrofísica. No obstante, el diagnóstico que hace a continuación es preciso: “La eliminación de las causas estructurales de la pobreza es un asunto urgente que no puede ser pospuesto” y sus experiencias entre los que menos tienen pueden servirle de indicio.
¿Cuáles son los diseños institucionales que lograron sacar a más gente de la pobreza? A no ser que Rodríguez Maradiaga considere el continente africano y a América Latina como los mayores exponentes de la economía laissez faire, sus propias palabras se convierten en el mejor argumento para hacer tambalear su confundida visión del mundo.
Las confusiones del cardenal asoman a lo largo de toda la conferencia. Por ejemplo, al hacer una analogía que pretende explicar el estado de la economía actual, Rodríguez Maradiaga sostiene que “la adoración del becerro de oro hoy se demuestra por la idolatría del dinero y de la dictadura de una economía sin rostro humano, que carece de un propósito humano real”. Sin caer en la trampa de creer que el cardenal representa con honestidad la posición libertaria, un paralelismo más adecuado para la fábula bíblica es el de la idolatría del Estado.
Afortunadamente, gracias a los avances científicos pudimos dejar de lado las creencias mitológicas para explicar los fenómenos de la naturaleza, y en gran parte del planeta la religión ha perdido fuerza. Hoy, el poder de las instituciones religiosas es infinitesimal comparado con el que ostentaba algunos siglos atrás. Y a pesar de todo, en nuestros tiempos, presenciamos el ascenso de este nuevo dogma religioso, aunque de apariencia secular, que reemplaza a los dioses por el Estado, un ente considerado omnipotente y omnipresente. Son los bancos centrales —los templos del dinero— y las dictaduras con rostros humanos los que nos llevan por el camino de la pobreza y la exclusión.
Por el contrario, los libertarios promovemos el respeto por todos los planes de vida individuales y los intercambios voluntarios. La idea de que exista un rostro humano, la mano de un planificador, o un “propósito humano real” es inconcebible. Todos los propósitos son humanos y son reales mientras sean pacíficos, y no únicamente los que una autoridad central que se pretenda poseedora de la verdad revelada decrete aceptables.
No cabe duda de que no vivimos en un mundo donde predominen los principios libertarios, pero con certeza aquellos países que decidieron adoptar en mayor medida algunos de los principios básicos de una economía libre demostraron ofrecer niveles de vida nunca antes presenciados, una explosión de riqueza distribuida de forma desigual, pero que benefició a toda la sociedad y en especial a quienes se encontraban en una posición menos ventajosa.
Los resultados son evidentes: Aquellos bienes y servicios alguna vez considerados lujos reservados para pocos, están cada vez más al alcance de un mayor número de personas.
La disertación de Rodríguez Maradiaga pretende ser un golpe al libertarismo. Pese a ello, y más allá de la catarata de conceptos erróneos del cardenal, la celebración de una conferencia dedicada a atacar a los libertarios no deja de ser una buena noticia. Finalmente las ideas de los que promovemos una sociedad libre comienzan a incorporarse al debate público. Nos ladran Sancho, señal de que cabalgamos.