Convengamos en que el sueño se respeta. Que la noche de un pueblo que trabaja, que además las está pasando canutas porque tiene que hacer colas para conseguir desde una pastilla para el dolor de cabeza hasta un litro de leche, tiene un valor. Que hay que reparar fuerzas para el agotador oficio de ser venezolano. Que quien no respeta el descanso de los demás, probablemente, es porque no sepa lo que vale, y no lo sabe porque no se esfuerza, porque no trabaja.
Y digamos que por eso está mal, entonces, que a medianoche, el Gobierno decida despertarlo a uno a punta de fuegos artificiales, durante media hora, desde todos los puntos de la ciudad, mientras la televisión estatal muestra una alegría forzada, de pequeños grupitos, en tomas cerradas, una algarabía que contrasta con el silencio sepulcral, el silencio de miedo, que cubre como un sudario las noches de Caracas, el silencio de un minuto antes de empezar y un minuto después de terminar los cohetes.
Todo tiene aún menos sentido si lo que se festeja, o se conmemora, no es el natalicio de alguien, sino que a ese alguien se le festeja el cumpleaños, aunque esté muerto.
Que en un país, insisto, en el que conseguir una pastilla anticonceptiva es imposible; en el que la inflación se cuenta en semanas, días u horas, y en el que el salario mínimo alcanza apenas una quinta parte de la cesta básica, es inmoral gastarse media hora de fuegos artificiales para festejar, celebrar, conmemorar, el cumpleaños de un muerto, así ese muerto se llame Hugo Chávez Frías y sus partidarios, cada vez más disparatados en tanto más exiguos, se hayan empeñado últimamente en compararlo con Simón Bolívar, “el Libertador del Siglo XXI”, lo llaman, sin que los que no compartimos la forzada algarabía entendamos (y los que celebran, seguro, tampoco) de qué nos liberó, como no haya sido del gusto de comer todos los días.
Sin desmedro de líderes, propaganda o recursos, todos los socialismos terminan en el tremedal de hambre en el que la pobre Venezuela está entrando
Para quienes no nos leen en Venezuela, debemos aclarar que el Gobierno de Nicolás Maduro, agotado el pan, inyecta más duro la dosis de circo. Que un escándalo sucede a otro, que pasamos de estar amenazados por paramilitares colombianos que se ocultan en edificios construidos por el Estado en la capital (hace dos años, cuando Maduro ya gobernaba) a estar a punto de entrar en guerra con Guyana, y que el descalabro económico más grande que se recuerde no solo en Venezuela, sino en cualquier país petrolero, y cuidado sino en los últimos 50 años, no es tal, según la visión de quienes gobiernan; que no es la corrupción desbordada la que nos ha dañado, sino una fulana “guerra económica” que peleamos contra un ubicuo enemigo llamado “la oligarquía” y que, de paso, le está ganando a Maduro por goleada, porque cada vez se consiguen menos cosas y mucho más caras (se dice que la inflación de mayo fue de 30%, sí, treinta por ciento).
Los venezolanos, sin embargo, saben que las excusas de Maduro son solo eso, excusas, y Maduro sabe que el pueblo sabe. Una encuesta (IVAD) publicada apenas hoy da cuenta de que el chavismo ya es la tercera fuerza del país, detrás de la oposición y los independientes; y que si se polariza el escenario, la oposición doblará al Gobierno en las próximas elecciones parlamentarias. Dependiendo de la magnitud de la derrota, la mesa estará servida para que Maduro sea objeto de un referendo revocatorio, y más de 60% del país no lo quiere, ya, en el Gobierno en 2017, según otra encuesta, la de Datanálisis.
La única ancla emocional que le queda a los herederos de Chávez para retener el poder es Chávez, pero Chávez murió. Entonces se trata de revivir lo más posible su recuerdo, de nombrarlo a cada paso, de aplicar la operación que los peronistas aplicaron con tanto éxito en Argentina. Con una diferencia, para desgracia de la cúpula chavista: Que no hay un pueblo más anclado al presente, para bien o para mal, que uno caribeño, y en especial, que el venezolano. Que la relación del venezolano con su Estado, desde que el petróleo mana de la tierra y paga las fiestas, es dame lo mío y después hablamos. Que todos los pactos sociales se han roto cuando el Estado queda exhausto de gastar y llega el momento de repartir las cuentas (que normalmente disfrutaron unos pocos, como en este caso) entre todos; y que no hay nada más humano que comenzar a buscar culpables cuando las cosas salen mal.
Pueden usar su hegemonía comunicacional para evitar una poblada, como hasta ahora han podido hacer; pueden volver todos los canales del Estado “Discovery Chávez”, para ensalzar la imagen del líder ido; pueden incluso, como hicieron ayer, tatuar gratuitamente la firma del difunto en quien la quiera llevar en la piel, e incluso, en el futuro, exigirla como un certificado de fidelidad.
Lo que no pueden hacer es volver bueno el socialismo que practican, porque, sin desmedro de líderes, recursos, propaganda o capital humano del país, todos los socialismos terminan en el mismo sitio: En el tremedal de hambre y miseria en el que la pobre Venezuela está entrando, y del cual no saldrá hasta que un revolcón político-electoral devuelva al país a la ruta de la sensatez.
Ese día, los cohetes sonarán con sentido, y nadie necesitará fingir su alegría. El vivo al bollo, como decimos en mi barrio.