EnglishLas ideas en las que creen los individuos tienen una importancia central en sus acciones y decisiones, las cuales afectan no solo al individuo aislado sino también a su entorno. El acto terrorista de la semana pasada en Kenia, es un ejemplo de cómo a partir de las ideas de algunos milicianos islamitas, curiosamente nacionales de países desarrollados, la sociedad puede sufrir una violencia atroz.
América Latina ha sido una región fértil para la generalización y perpetuación de ideas equivocadas que han tenido sumo impacto en el devenir de su historia. Una expresión de algunas de ellas se sintetizó en el discurso que, también la semana pasada, hizo el presidente de Uruguay, Pepe Mujica, ante la Asamblea General de Naciones Unidas. De todos los lugares comunes, contradicciones y simplificaciones presentes en esa intervención, destacaremos tres aspectos generales que reflejan no solo la forma en la que se interpreta el mundo en América Latina, sino algunas de las razones de su escaso desarrollo.
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Es primer aspecto es la tendencia a creer que la culpa de nuestros males es de otros, nunca de nosotros mismos y de nuestras decisiones. El mandatario uruguayo mencionó al Imperio británico, los términos de intercambio, el bloqueo a Cuba, el poder de los países ricos en instituciones internacionales. Según Mujica, por culpa de los anteriores y del despilfarro, los países más pobres no son capaces de eliminar la indigencia.
Esta situación nos lleva al segundo aspecto: el desprecio hacia el capitalismo y, por extensión, hacia la libertad. En el discurso se critica el consumo y la acumulación, e incluso se denuncia la existencia de un supuesto dios mercado, como si fuera un ente independiente de las relaciones entre hombres o de las decisiones individuales.
No solo el mercado es un problema: también se afirma que el trabajo le resta libertad a los individuos al reducir el tiempo libre. No se considera que dicho tiempo libre necesita ser financiado ni que en los países capitalistas es donde más espacios recreativos y tiempo de ocio poseen los individuos.
Además, Mujica critica los avances y las consecuencias típicos del capitalismo: las ciudades, los desarrollos tecnológicos que facilitan la vida, el mercadeo, el sistema financiero, el crecimiento económico, el comercio y hasta la bombilla eléctrica. ¡Cómo será que esta última se considera un ejemplo de porquerías que han sido creadas para hacernos comprar y comprar! Es decir, el mercado nos obliga. No satisface necesidades, sino que las impone.
La conclusión de Mujica es que los recursos existentes se deberían utilizar únicamente para acabar con la pobreza y la indigencia, en lugar de satisfacer las actividades que el líder sudamericano considera solo despilfarro y codicia.
Así, llegamos al tercer aspecto de su discurso: la ingeniería social. Aunque el presidente Mujica es pesimista sobre la posibilidad de implementar una ingeniería social exitosa, la considera la única solución posible. En su visión, la ciencia debe estar al servicio de la superación de la pobreza y son los hombres de ciencia los que deberían liderar el mundo.
La solución es imponer reglas globales que colectivicen las decisiones, que impongan límites al ser humano, que manejen la globalización, que otorguen más garantías a los débiles, que eliminen el individualismo y que conduzcan, de manera centralizada, las revoluciones de nuestros tiempos.
En otras palabras, es muy molesto que sea en el mercado donde se tomen las decisiones. Éstas las deben tomar los expertos, los dueños de la verdad, una imposición que parece no resultar ni problemática ni molesta para el presidente más pobre del mundo
Después de su pronunciación, el discurso se regó como pólvora en las redes sociales como ejemplo de lo que un buen líder debe decir. Ha impactado en las personas, porque representa aquellas ideas que las mayorías creen que son acertadas, porque muchos latinoamericanos consideran que el poder es condición del desarrollo sin considerar la idea de que el poder de una nación no es una condición para la generación de riqueza, sino a la inversa.
El discurso gustó porque los latinoamericanos consideran que deben existir grandes hombres, como Pepe Mujica, que solucionen los problemas. Porque tienen una concepción negativa del mundo y no reconocen los inmensos beneficios que el capitalismo ha facilitado a las sociedades que lo han adoptado no como entidad metafísica, sino como realidad institucional.
En algunos elementos, Mujica tiene razón. La inutilidad y burocratización de las organizaciones internacionales, la persistencia del proteccionismo, el rechazo a la imposición de jerarquías entre hombres, el despilfarro – éste sí – generan las guerras.
Pero éstas no son las ideas que persistirán. América Latina no tendrá posibilidades reales de desarrollo hasta tanto no se acepte que todos los males mencionados no se pueden erradicar reduciendo el capitalismo o creando gobiernos mundiales, sino con mayor libertad. Hasta que ésta no sea la idea que arraigue, seguiremos pensando que los discursos, por muy bien escritos que estén y por muy poéticos que suenen, son más fuertes que la acción individual.